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jueves, 31 de agosto de 2017

En una cajita de fósforos - de María Elena Walsh

En una cajita de fósforos
se pueden guardar muchas cosas
un rayo de sol, por ejemplo
(Pero hay que encerrarlo muy rápido,
si no, se lo come la sombra).
Un poco de copo de nieve,
quizá una moneda de luna,
botones del traje del viento,
y mucho, muchísimo más.

Les voy a contar un secreto.
En una cajita de fósforos
yo tengo guardada una lágrima,
y nadie, por suerte, la ve.
Es claro que ya no me sirve.
Es cierto que está muy gastada.
Lo sé pero qué voy a hacer,
tirarla me da mucha lástima.

Tal vez las personas mayores
no entiendan jamás de tesoros.
“Basura”, dirán, “Cachivaches”.
“No sé por qué juntan todo esto”.
No importa, que ustedes y yo
igual seguiremos guardando
palitos, pelusas, botones.
tachuelas, virutas de lápiz,
carozos, tapitas, papeles,
piolín, carreteles, trapitos,
hilachas, cascotes y bichos.

En una cajita de fósforos
se pueden guardar muchas cosas.
Las cosas no tienen mamá.
(Pero hay que encerrarlo muy rápido,
si no, se lo come la sombra).
Un poco de copo de nieve,
quizá una moneda de luna,
botones del traje del viento,
y mucho, muchísimo más.

El muerto - de Jorge Luis Borges

Que un hombre del suburbio de Buenos Aires, que un triste compadrito sin más virtud que la infatuación del coraje, se interne en los desiertos ecuestres de la frontera del Brasil y llegue a capitán de contrabandistas, parece de antemano imposible. A quienes lo entienden así, quiero contarles el destino de Benjamin Otálora, de quien acaso no perdura un recuerdo en el barrio de Balvanera y que murió en su ley, de un balazo, en los confines de Río Grande do Sul. Ignoro los detalles de su aventura; cuando me sean revelados, he de rectificar y ampliar estas páginas. Por ahora, este resumen puede ser útil.
Benjamín Otálora cuenta, hacia 1891, diecinueve años. Es un mocetón de frente mezquina, de sinceros ojos claros, de reciedumbre vasca; una puñalada feliz le ha revelado que es un hombre valiente; no lo inquieta la muerte de su contrario, tampoco la inmediata necesidad de huir de la República. El caudillo de la parroquia le da una carta para un tal Azevedo Bandeira, del Uruguay. Otálora se embarca, la travesía es tormentosa y crujiente; al otro día, vaga por las calles de Montevideo, con inconfesada y tal vez ignorada tristeza. No da con Azevedo Bandeira; hacia la medianoche, en un almacén del Paso del Molino, asiste a un altercado entre unos troperos. Un cuchillo relumbra; Otálora no sabe de qué lado está la razón, pero lo atrae el puro sabor del peligro, como a otros la baraja o la música. Para, en el entrevero, una puñalada baja que un peón le tira a un hombre de galera oscura y de poncho. Éste, después, resulta ser Azevedo Bandeira. (Otálora, al saberlo, rompe la carta, porque prefiere debérselo todo a sí mismo.) Azevedo Bandeira da, aunque fornido, la injustificable impresión de ser contrahecho; en su rostro, siempre demasiado cercano, están el judío, el negro y el indio; en su empaque, el mono y el tigre; la cicatriz que le atraviesa la cara es un adorno más, como el negro bigote cerdoso.
Proyección o error del alcohol, el altercado cesa con la misma rapidez con que se produjo. Otálora bebe con los troperos y luego los acompaña a una farra y luego a un caserón en la Ciudad Vieja, ya con el sol bien alto. En el último patio, que es de tierra, los hombres tienden su recado para dormir. Oscuramente, Otálora compara esa noche con la anterior; ahora ya pisa tierra firme, entre amigos. Lo inquieta algún remordimiento, eso sí, de no extrañar a Buenos Aires. Duerme hasta la oración, cuando lo despierta el paisano que agredió, borracho, a Bandeira. (Otálora recuerda que ese hombre ha compartido con los otros la noche de tumulto y de júbilo y que Bandeira lo sentó a su derecha y lo obligó a seguir bebiendo.) El hombre le dice que el patrón lo manda buscar. En una suerte de escritorio que da al zaguán (Otálora nunca ha visto un zaguán con puertas laterales) está esperándolo Azevedo Bandeira, con una clara y desdeñosa mujer de pelo colorado. Bandeira lo pondera, le ofrece una copa de caña, le repite que le está pareciendo un hombre animoso, le propone ir al Norte con los demás a traer una tropa. Otálora acepta; hacia la madrugada están en camino, rumbo a Tacuarembó.
Empieza entonces para Otálora una vida distinta, una vida de vastos amaneceres y de jornadas que tienen el olor del caballo. Esa vida es nueva para él, y a veces atroz, pero ya está en su sangre, porque lo mismo que los hombres de otras naciones veneran y presienten el mar, así nosotros (también el hombre que entreteje estos símbolos) ansiamos la llanura inagotable que resuena bajo los cascos. Otálora se ha criado en los barrios del carrero y del cuarteador; antes de un año se hace gaucho. Aprende a jinetear, a entropillar la hacienda, a carnear, a manejar el lazo que sujeta y las boleadoras que tumban, a resistir el sueño, las tormentas, las heladas y el sol, a arrear con el silbido y el grito. Sólo una vez, durante ese tiempo de aprendizaje, ve a Azevedo Bandeira, pero lo tiene muy presente, porque ser hombre de Bandeira es ser considerado y temido, y porque, ante cualquier hombrada, los gauchos dicen que Bandeira lo hace mejor. Alguien opina que Bandeira nació del otro lado del Cuareim, en Rio Grande do Sul; eso, que debería rebajarlo, oscuramente lo enriquece de selvas populosas, de ciénagas, de inextricable y casi infinitas distancias. Gradualmente, Otálora entiende que los negocios de Bandeira son múltiples y que el principal es el contrabando. Ser tropero es ser un sirviente; Otálora se propone ascender a contrabandista. Dos de los compañeros, una noche, cruzarán la frontera para volver con unas partidas de caña; Otálora provoca a uno de ellos, lo hiere y toma su lugar. Lo mueve la ambición y también una oscura fidelidad. Que el hombre (piensa) acabe por entender que yo valgo más que todos sus orientales juntos.
Otro año pasa antes que Otálora regrese a Montevideo. Recorren las orillas, la ciudad (que a Otálora le parece muy grande); llegan a casa del patrón; los hombres tienden los recados en el último patio. Pasan los días y Otálora no ha visto a Bandeira. Dicen, con temor, que está enfermo; un moreno suele subir a su dormitorio con la caldera y con el mate. Una tarde, le encomiendan a Otálora esa tarea. Éste se siente vagamente humillado, pero satisfecho también.
El dormitorio es desmantelado y oscuro. Hay un balcón que mira al poniente, hay una larga mesa con un resplandeciente desorden de taleros, de arreadores, de cintos, de armas de fuego y de armas blancas, hay un remoto espejo que tiene la luna empañada. Bandeira yace boca arriba; sueña y se queja; una vehemencia de sol último lo define. El vasto lecho blanco parece disminuirlo y oscurecerlo; Otálora nota las canas, la fatiga, la flojedad, las grietas de los años. Lo subleva que los esté mandando ese viejo. Piensa que un golpe bastaría para dar cuenta de él. En eso, ve en el espejo que alguien ha entrado. Es la mujer de pelo rojo; está a medio vestir y descalza y lo observa con fría curiosidad. Bandeira se incorpora; mientras habla de cosas de la campaña y despacha mate tras mate, sus dedos juegan con las trenzas de la mujer. Al fin, le da licencia a Otálora para irse.
Días después, les llega la orden de ir al Norte. Arriban a una estancia perdida, que está como en cualquier lugar de la interminable llanura. Ni árboles ni un arroyo la alegran, el primer sol y el último la golpean. Hay corrales de piedra para la hacienda, que es guampuda y menesterosa. El Suspiro se llama ese pobre establecimiento.
Otálora oye en rueda de peones que Bandeira no tardará en llegar de Montevideo. Pregunta por qué; alguien aclara que hay un forastero agauchado que está queriendo mandar demasiado. Otálora comprende que es una broma, pero le halaga que esa broma ya sea posible. Averigua, después, que Bandeira se ha enemistado con uno de los jefes políticos y que éste le ha retirado su apoyo. Le gusta esa noticia.
Llegan cajones de armas largas; llegan una jarra y una palangana de plata para el aposento de la mujer; llegan cortinas de intrincado damasco; llega de las cuchillas, una mañana, un jinete sombrío, de barba cerrada y de poncho. Se llama Ulpiano Suárez y es el capanga o guardaespaldas de Azevedo Bandeira. Habla muy poco y de una manera abrasilerada. Otálora no sabe si atribuir su reserva a hostilidad, a desdén o a mera barbarie. Sabe, eso sí, que para el plan que está maquinando tiene que ganar su amistad.
Entra después en el destino de Benjamín Otálora un colorado cabos negros que trae del sur Azevedo Bandeira y que luce apero chapeado y carona con bordes de piel de tigre. Ese caballo liberal es un símbolo de la autoridad del patrón y por eso lo codicia el muchacho, que llega también a desear, con deseo rencoroso, a la mujer de pelo resplandeciente. La mujer, el apero y el colorado son atributos o adjetivos de un hombre que él aspira a destruir.
Aquí la historia se complica y se ahonda. Azevedo Bandeira es diestro en el arte de la intimidación progresiva, en la satánica maniobra de humillar al interlocutor gradualmente, combinando veras y burlas; Otálora resuelve aplicar ese método ambiguo a la dura tarea que se propone. Resuelve suplantar, lentamente, a Azevedo Bandeira. Logra, en jornadas de peligro común, la amistad de Suárez. Le confía su plan; Suárez le promete su ayuda. Muchas cosas van aconteciendo después, de las que sé unas pocas. Otálora no obedece a Bandeira; da en olvidar, en corregir, en invertir sus órdenes. El universo parece conspirar con él y apresura los hechos. Un mediodía, ocurre en campos de Tacuarembó un tiroteo con gente riograndense; Otálora usurpa el lugar de Bandeira y manda a los orientales. Le atraviesa el hombro una bala, pero esa tarde Otálora regresa al Suspiro en el colorado del jefe y esa tarde unas gotas de su sangre manchan la piel de tigre y esa noche duerme con la mujer de pelo reluciente. Otras versiones cambian el orden de estos hechos y niegan que hayan ocurrido en un solo día.
Bandeira, sin embargo, siempre es nominalmente el jefe. Da órdenes que no se ejecutan; Benjamín Otálora no lo toca, por una mezcla de rutina y de lástima.
La última escena de la historia corresponde a la agitación de la última noche de 1894. Esa noche, los hombres del Suspiro comen cordero recién carneado y beben un alcohol pendenciero. Alguien infinitamente rasguea una trabajosa milonga. En la cabecera de la mesa, Otálora, borracho, erige exultación sobre exultación, júbilo sobre júbilo; esa torre de vértigo es un símbolo de su irresistible destino. Bandeira, taciturno entre los que gritan, deja que fluya clamorosa la noche. Cuando las doce campanadas resuenan, se levanta como quien recuerda una obligación. Se levanta y golpea con suavidad a la puerta de la mujer. Ésta le abre en seguida, como si esperara el llamado. Sale a medio vestir y descalza. Con una voz que se afemina y se arrastra, el jefe le ordena:
-Ya que vos y el porteño se quieren tanto, ahora mismo le vas a dar un beso a vista de todos.
Agrega una circunstancia brutal. La mujer quiere resistir, pero dos hombres la han tomado del brazo y la echan sobre Otálora. Arrasada en lágrimas, le besa la cara y el pecho. Ulpiano Suárez ha empuñado el revólver. Otálora comprende, antes de morir, que desde el principio lo han traicionado, que ha sido condenado a muerte, que le han permitido el amor, el mando y el triunfo, porque ya lo daban por muerto, porque para Bandeira ya estaba muerto.
Suárez, casi con desdén, hace fuego.

El tiempo - José Angel Trelles

https://youtu.be/F2ES-hEVRfg

RESILIENCIA

Cuando los japoneses reparan objetos rotos, enaltecen la zona dañada rellenando las grietas con oro.
 Ellos creen que cuando algo ha sufrido un daño y tiene una historia, se vuelve más hermoso.
 El arte tradicional japonés de la reparación de la cerámica rota con un adhesivo fuerte, rociado, luego, con polvo de oro, se llama Kintsugi.
 El resultado es que la cerámica no sólo queda reparada sino que es aún más fuerte que la original. En lugar de tratar de ocultar los defectos y grietas, estos se acentúan y celebran, ya que ahora se han convertido en la parte más fuerte de la pieza.
 Kintsukuroi es el término japonés que designa al arte de reparar con laca de oro o plata, entendiendo que el objeto es más bello por haber estado roto.
 Llevemos esta imagen al terreno de lo humano, al mundo del contacto con los seres que amamos y que, a veces, lastimamos o nos lastiman.
 ¡Cuán importante resulta el enmendar!
 Cuánto, también, el entender que los vínculos lastimados y nuestro corazón maltrecho, pueden repararse con los hilos dorados del amor, y volverse más fuertes.
 La idea es que cuando algo valioso se quiebra, una gran estrategia a seguir es no ocultar su fragilidad ni su imperfección, y repararlo con algo que haga las veces de oro: fortaleza, servicio, virtud...
 La prueba de la imperfección y la fragilidad, pero también de la resiliencia (la capacidad de recuperarse) son dignas de llevarse bien en alto.

Vancouver, un paraíso moderno y multicultural

Siempre rankeada por los medios especializados como una de las mejores ciudades del mundo para vivir, a mí siempre me gustó por su perfecto balance entre lo urbano y lo agreste, donde se disfruta de sus maravillosos paisajes así como también de una moderna y tranquila urbe. Me refiero a la ciudad de Vancouver, en la costa oeste de Canadá.

Si bien se puede decir que es una ciudad relativamente joven -fue fundada en 1886-, tiene una larga historia, ya que no podemos dejar de mencionar a cada uno de los pueblos originarios que vivieron en esta zona, como los squamish, musqueam o tseil-waututh y quienes comenzaron a tomar contacto con europeos con la llegada de los españoles a finales del siglo XVIII y también de los ingleses, quienes por entonces y de la mano de George Vancouver -de quien la ciudad toma su nombre- exploraron el área.
La fiebre del oro tuvo mucho que ver con su desarrollo posterior: a mediados del siglo XIX, y como sucedió con California, decenas de miles de personas respondieron al llamado de la fortuna y emigraron a estas latitudes, a Fraser Canyon para ser más precisos, para cumplir un sueño y cambiar sus vidas.
Con la llegada del tren transcontinental -imagínense lo que significó el arribo de este medio de locomoción-, Vancouver comenzó a crecer no sólo geográficamente, sino también demográficamente, y para el comienzo de la década de 1930 ya contaba con casi 250.000 habitantes.

En nuestros días se ha transformado en una de las metrópolis más grandes del país. En su territorio mezcla de una armoniosa manera rascacielos y modernos edificios de oficinas con tranquilas áreas residenciales.
Tal vez una de las cosas más significativas de la ciudad tenga que ver con su demografía, que la convierte en una verdadera ciudad multicultural donde nos vamos a encontrar con gente que tiene sus orígenes hasta en los más remotos rincones del mundo.
Uno de los mejores lugares para observar esto es Granville Island, una pequeña península al sur del centro de Vancouver que comenzó siendo una importante área industrial y fabril, hoy contando con uno de los mercados públicos más dinámicos que he visitado: el Granville Island Public Market.
Para llegar hasta aquí les recomendaría que lo hiciesen por agua, cruzando la pequeña bahía de False Creek desde Yaletown en alguno de los water taxis dispuestos para este servicio. Es un corto trayecto, de poco mas de cinco minutos, durante el cual se puede registrar una lindísima panorámica de la masa de concreto, acero y cristal de los modernos edificios que vamos dejando atrás. Los puentes sobre la bahía son punto de referencia mientras nos acercamos a nuestro destino, porque esta es una también de las maravillosas razones para visitar Vancouver: sus perspectivas, sus fugas y las vistas.

Una vez desembarcados, lo primero que vamos a hacer es caminar unos metros para conocer una de las obras de street art más importantes del país: Gigantes, un ambicioso proyecto de dos hermanos brasileños llamados Osgemeos, que pintaron murales de 360 grados en unos enormes silos de cemento.
Desde allí, y por la calle Johnston, nos dirigimos hacia la entrada del mercado para ingresar en lo que sería una especie de asamblea de las Naciones Unidas, cada una de ellas representadas en las decenas y decenas de puestos ofreciendo infinidad de delicias mundiales.
Aquí, querido amigo lector, dejo que la subjetividad, el gusto o las ganas personales tomen partido. Elija lo que más le gusta, llame la atención o se anime. Déjese llevar por la cantidad de diferentes idiomas y acentos hablados. Tome una mesa de las que están dispuestas en la amplia terraza y respire el fresco y limpio aire.
Y disfrute...

Por Iván de Pineda
LA NACION.

(Jorge L. Icardi, Reportero Internacional...)

Antonio Agri - Nostalgias

"solo de violín"
https://youtu.be/nTsPfmEGqxA

martes, 22 de agosto de 2017

¿Tenés idea quien fue Xul Solar?

Pintor argentino, San Fernando, 1887 - 1963.
Tras asimilar las innovaciones de las vanguardias en el transcurso de una larga estancia en Europa, Xul Solar desarrolló un estilo personalísimo que destacó por su originalidad y por la fusión de elementos característicos de diversas corrientes, resultando en una obra de signo fantástico y visionario. Personaje excéntrico y curioso, poseyó una gran cultura, que exhibía con sencillez y gracia poco común.

Hijo de madre italiana y padre alemán, Óscar Agustín Alejandro Schulz Solari adoptó el nombre de Xul Solar para firmar sus trabajos. En 1912, tras haber cursado estudios de arquitectura en la facultad de ingeniería, viajó a Hong Kong y recorrió luego países europeos como Inglaterra, Francia e Italia. En Milán conoció a un compatriota suyo, el pintor modernista Emilio Pettoruti, a quien le mostró sus dibujos realizados a partir de 1914. Durante su estancia en Berlín entró en contacto con el dadaísmo; recibió asimismo la influencia del pintor suizo Paul Klee.
Interesado por la filosofía, las ciencias ocultas y las creencias de las distintas culturas, desde 1919 sus obras reflejaron esta inquietud espiritual, con la aplicación de colores vivos, formas y símbolos geométricos, figuras sencillas y, a menudo, palabras, letras y otros signos gráficos. Los signos lingüísticos siempre llamaron poderosamente la atención de Xul Solar, que llegó a dominar diez idiomas e incluso a crear alguno: se le atribuye la invención de un lenguaje universal denominado panlingua, y también del neocriollo, que combinaba elementos del español y del portugués.

En 1924, tras numerosos viajes y estancias en Alemania e Italia, regresó a Argentina y pronto sintonizó con un grupo de jóvenes pintores y escritores modernistas, entre los que se encontraban Jorge Luis Borges y el citado Emilio Pettoruti, con el que ya había entablado amistad. Formado en torno a la revista literaria Martín Fierro, el grupo inició una línea de oposición al temple conservador de la cultura argentina. En 1929 se presentó una exposición individual de su obra en la Asociación de Amigos del Arte.
En la década de 1930, Xul Solar creó paisajes y diseños arquitectónicos fantásticos que manifestaron una vez más su interés por el misticismo, la teosofía y la astrología; en los años 40 y 50 realizó diversas exposiciones individuales y participó en varias muestras colectivas nacionales e internacionales. En el año de su fallecimiento (1963) se organizó una retrospectiva de su obra en el Museo Nacional de Bellas Artes. En 1989 sus creaciones se exhibieron en la Galería Hayward de Londres.

miércoles, 2 de agosto de 2017

Qué es el vaginismo y cómo puede perjudicar a tu vida sexual

Un problema que afecta a millones de mujeres en el mundo. Cómo tratarlo.
Si sentís dolor agudo cuando tenés sexo, usás tampones o cuando te realizan exploraciones médicas ginecológicas o pélvicas seguramente padecés vaginismo. Esto sucede cuando los músculos de alrededor de la vagina se tensan al momento de la penetración de forma involuntaria.

Si bien esto afecta a millones de mujeres en todo el mundo, aún no se sabe con certeza qué es lo que lo provoca, aunque algunos factores que pueden inducirlo son:
- Un trauma o abuso sexual en el pasado.
- Relaciones sexuales.
- Pensamientos negativos respecto al sexo (como por ejemplo que es doloroso).
- Perder la virginidad de forma dolorosa.
- Padecimientos dolorosos en la vagina o en el área que le rodea (por ejemplo vulvodinia).

Diagnóstico
Para confirmar el diagnóstico es necesario realizar un examen pélvico y así descartar otras posibles causas del dolor. Para ello el especialista lleva a cabo un estudio físico completo y elabora una historia clínica.
Las mujeres con vaginismo suelen estar muy ansiosas ante las relaciones sexuales. Esto no quiere decir que no puedan excitarse sexualmente, de hecho pueden tener orgasmos cuando se estimula el clítoris. Sin embargo al momento de la penetración el dolor puede suponer un obstáculo importante.
Esta imposibilidad genera mucho malestar tanto a la persona que lo sufre como a su pareja y hasta puede derivar en otras disfunciones sexuales como la falta de deseo. Muchas mujeres tardan años en consultar con un especialista, ya sea por miedo o vergüenza.
Aquellas que reciben tratamiento muy a menudo pueden superar este problema.
Un equipo formado por un ginecólogo, un terapeuta físico y un asesor sexual suelen ser los profesionales a los cuales pedir ayuda.

Tratamiento
El tratamiento depende de la causa, si es física o psicológica. Sin embargo, por lo general se basa en una combinación de terapia física, educación, asesoría y ejercicios focalizados en la contracción y relajación de los músculos del piso pélvico (ejercicios de Kegel).
Se recomiendan ejercicios de dilatación vaginal mediante dilatadores plásticos que deben ser supervisados por un experto. Este método ayuda a hacer a la persona menos sensible a la penetración vaginal.
La pareja debe involucrarse en la terapia para de a poco llegar a la intimidad.

Fuente: http://tn.com.ar/salud/mujer/que-es-el-vaginismo-y-como-puede-perjudicar-tu-vida-sexual_810357
Publicada: 02/08/2017 - 00:01 hs.