Yoyó y egoísmo
Visitando la hermosa Provincia de Córdoba en pleno verano, llegué junto a mi familia para acampar a orillas de un río cristalino. Nos instalamos en un camping que lucía un fondo de imponentes sierras, cubierto de sauces llorones y coloridas carpas. Recordamos el privilegio que tuvieron los “comechingones”, los aborígenes originarios de esas tierras. El cielo parecía nublado por el efecto de las parrillas y el aroma inconfundible del asado criollo.
Al pasear por la Ciudad y, como es natural, los niños pidieron cuanta cosa pudieron ver y, lamentablemente, mi esposa cedía. A Juanma se le ocurrió un yoyó espacial, que al girar destellaba luces y le compraron seis a pesar de destacarse por su egoísmo. Luego de ingerir desaforadamente una docena de alfajores, utilizó la caja para guardar los juguetes.
Mucha gente disfrutaba la noche estrellada. Juan Marcelo se durmió en una reposera abrazando los yoyós y su hermanita Évelin, aburrida de sus muñecos le sacó uno en forma sigilosa. El dueño se despertó y como buen hermano mezquino, se lo arrebató, emitiendo los epítetos de rigor. Intervine como padre educador y, una vez más, le reiteré los conceptos de la solidaridad y lo malo que resulta ser egoísta.
Más tarde, a mi hijo lo venció el sueño y la pequeña repitió la acción, pero esta vez tomó dos yoyós y se alejó velozmente detrás de unos arbustos dando rienda suelta a su ilusión.
En ese sombrío lugar se lucía con los juguetes luminosos mientras que, sin saberlo, era observada por dos niños acompañados por su abuela, que concentraron su mirada en el movimiento de las luces. Pudieron divisar la silueta de la niña a contraluz, al mismo tiempo que un reproductor de discos compactos fallaba, emitiendo un sonido estridente. Todo ello produjo un cuadro de pánico bajo un enorme alboroto. Invadidos por el pánico, los oportunos curiosos comenzaron a correr y gritar.
La cercanía con el cerro Uritorco mantenía a la gente sugestionada con los OVNIS, y cundía la psicosis extraterrestre.
Nosotros hicimos comentarios jocosos sobre ese hecho ridículo, mientras tentados de risa nos acomodábamos para dormir.
Una vez que estuvimos reposando, nos sorprendió una potente iluminación que traspasaba la carpa, acompañada por un bullicio saturador. Enmudecí tratando de retractarme por las burlas hechas sobre los OVNIS. Aquello resultó ser una invasión de periodistas y cámaras, secundados por curiosos escuchando una infinidad de macanas sin sentido que vociferaba un Pai cordobés, quien manejaba muy bien su negocio vendiendo “fantasías marcianas” a los visitantes. Hablaba con un acento insólito, mezcla de portugués y comechingones.
Nos hacían miles de preguntas, hasta que pude entender que nos trataban como extraterrestres porque a Évelin, mi hija, la vieron descender de una extraña nave espacial con luces que zigzagueaban velozmente, según declaraba una anciana y sus nietos, jurándolo por todos los dioses y los finados.
Mi esposa irrumpió con una crisis nerviosa con llantos, entonces comentaban que ese ser tenía hábitos similares a un humano femenino.
Juanma a causa del atracón con alfajores de chocolate, tuvo una reacción alérgica con erupciones, y algún audaz intentó tocarlo queriendo saber como era la piel del marcianito, otros tendieron un cerco con cintas para evitar posibles contaminaciones. Mientras tanto el Pai Comechíng ofrecía en forma convincente el “Sagrado Talismán” traído del Triángulo de las Bermudas, protector del Uritorco y malas ondas del mas allá.
Frente a la carpa teníamos un viejo cráneo vacuno como asiento, y Un grito del público irrumpió: ¡Se morfan las vacas enteras! Se comerán todo el ganado, comentaban observando a mi esposa, un poco gordita. Buscando una solución me dirigí al nefasto Pai, quien hizo unos ritos macumberos, danzó, gritó y otras payasadas hasta que extendió su mano para saludarme, pero yo lo tomé del cuello y le dije:
- Esto es obra tuya, ¡Pai garqueti! ¡Arreglalo o…!
- Mí ser intérprete ovniólogo. ¿Qué querer de terrícolas?
- Ya te conozco, Comechín. Antes de llegar reventé un neumático con un clavo miguelito y justo, ¡justo apareciste vos! Luego de la reparación me entregaste el vuelto con billetes falsos.
- Usted confundir humanos. Yo no ser, no saber.
- Además, al entrar al camping me cobraste las entradas vestido de guardaparque, y luego tuve que pagarlas de nuevo, pero en serio. ¡Estafador!
- Usted confundir… ¡yo jurar! Yo ser Pai galáctico, no truchar.
- ¡Basta, sos más cordobés que la peperina, Comechíng Garqueti! La justicia te busca por atorrante, punguista, chorro, falopero, estafador y otras yerbas.
- ¡Blasfemias! ¿De qué galaxia ser usted?
- Miráaa… Yo soy un tipo honesto ¡Y se terminó! Si en dos minutos no arreglás el lío que hiciste, yo perderé mis vacaciones, pero vos perderás el cuello. ¿Me entendés?
El Pai Comechíng se dirigió a sus seguidores con todos los gestos de la inverosímil religión, y mientras nos señalaba, manifestó: “Estos seres ser divinos, dignos de ser recibidos en la tierra, ser salvadores. Tenéis que darles diezmo, dotes, joyas, tesoros…”.
Lo interrumpí con indignación y tantos puntapiés hasta que se alejó persignándose ante su talismán marciano. Nos abrazamos en familia festejando que todo había terminado, hasta dormirnos en paz.
Al amanecer aparecieron varios bultos frente a la carpa con dinero y objetos de valor. Los chicos gritaban:
- ¡Milagro Marciano! ¡Nos hicieron millonarios! ¡No iremos más a la escuela!
Me sentí confundido al pensar si esos valores fueron producto del manejo colectivo de la ignorancia por Comechíng o realmente fue una obra de los marcianitos, pero seguro que no era para nosotros. Nos dirigimos al Hospital de Niños y entregamos todo como donación. Mis hijos no podían permanecer ajenos a la solidaridad ni ser menos que los marcianos, y Évelin lamentando no tener los útiles escolares, cedió su muñeca Barbie. Juan Marcelo recapacitó, su egoísmo se derritió al ver tantos chicos ansiosos, y llorando de emoción, les donó una caja de 12 alfajores de chocolate… pero conteniendo un yoyó luminoso, claro.
Autor: © Edgardo González. Buenos Aires, Argentina.
Ciegotayc@hotmail.com
Extraído de la revista virtual “Esperanza”, octubre 2009
miércoles, 7 de octubre de 2009
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