A 70 km de Miramar, la tecnología ayuda a tres alumnos y dos docentes a superar las dificultades de la distancia; en el colegio, también los actos se hacen por "mensaje".
CENTINELA DEL MAR, Buenos Aires.-
Este pueblo de la costa bonaerense, a 70 kilómetros de Miramar, en la práctica es una escuela. Aquí hay alrededor de 15 casas, casi todas de veraneo, salvo dos. En una vive un hombre mayor que subsiste de la cría de animales y en la otra, un joven que trabaja en el mantenimiento del resto de las 13 casas vacías. Si no fuera por la escuela, el pueblo estaría quieto.
Al mediodía, dos maestras que viajan en una camioneta toman el camino de tierra que desde la ruta 88 llega hasta aquí. En el trayecto suben a sus únicos tres alumnos en dos estancias al costado de un sendero, que si está seco es un remolino de polvo y si llueve, una trampa de barro.
En este paisaje casi virgen, conviven la escuela primaria N° 16 y el jardín N°2.
La minúscula comunidad educativa instaló un museo de fósiles encontrados en la playa, graba videos sobre la belleza natural del lugar y armó una radio comunitaria que se emite por WhatsApp.
Entre chicos que egresaron y familias de la zona que emigraron, la escuela perdió a cinco de los ocho alumnos que tenía el año pasado y quedó reducida a la mínima expresión: dos alumnos en la primaria y una chica en el jardín. "Por ahí el año que viene duplicamos la matrícula", se entusiasma Anahí Taboada, docente y al mismo tiempo directora de la primaria.
Hace un mes, una familia de Ezeiza que planea venir para acá la llamó para saber si podían anotar a sus hijos en la escuela.
"El principal problema que tenemos es la incomunicación. Si llueve no podemos venir a dar clases, no hay manera de entrar. Y aunque las dictemos, los chicos no tienen con quiénes compartir lo que hacen, carecen de la mirada del otro. Por eso se me ocurrió usar la tecnología para que puedan compartir experiencias y enriquecer el debate", cuenta Taboada. Esta docente de 46 años vive en Miramar y se sumó a la escuela en abril pasado.
Joaquín, de 12 años; Lautaro, de 7, y su hermana Ainara, de 4, son la razón de ser de esta escuela que existe desde 1974 y que funciona en una casa remodelada. El living es el aula de la primaria; otra habitación, la sala del jardín; un segundo cuarto, el museo, y la cocina, el salón de actos. Para el 25 de Mayo, en lugar de reunirse alrededor del mástil se sentaron a la mesa y frente al televisor. Había un total de 10 personas. En un video, con la técnica del teatro de sombras, las maestras y los alumnos narraron la Revolución.
En junio pasado llovió de manera extraordinaria. Ni Taboada ni Silvia Francistegui, la maestra de jardín, pudieron entrar a la zona para dar clases. En las horas previas al Día de la Bandera, Taboada tenía la certeza de que no iban a poder tener clases y le parecía que las actividades previstas en el "cuaderno para los días de lluvia" no eran suficientes. Entonces armó un acto por WhatsApp, que duró casi 30 minutos.
Primero envió un video de casi dos minutos en el que su hija cantaba un tema alegórico a la bandera. Lo recibieron los padres y familiares de los tres chicos, y la maestra de jardín. Y durante más de 20 minutos hablaron sobre el tema. "Me emocionó la sensación de estar juntos a pesar de la distancia", recuerda Taboada.
La experiencia selló el rumbo de la escuela. Desde entonces no dejaron de incorporar la tecnología a todos sus proyectos. Porque si bien no hay Internet, tienen cinco notebooks, una cámara de fotos y dos PC para digitalizar lo que hacen. A Taboada se le ocurrió crear una radio por WhatsApp. De los programas participan todos: los tres alumnos; las dos maestras; la auxiliar, Cintia Russo; el profesor de educación física, y la docente de inglés y los familiares. Todos graban algún audio. Y Joaquín los edita y entrelaza. Ya llevan hechos cuatro programas, que duran unos ocho minutos y que además de circular por WhatsApp son subidos a la plataforma Ivoox.
En la radio, Lautaro tiene un micro en el que habla de peces. Ainara suele cantar. Y Joaquín graba los separadores y anuncia: "Somos la radio que escuchan todos. Desde Centinela del Mar para toda la comunidad". Cintia da recetas de cocina, el profesor de educación física habla de deportes y la profesora de inglés enumera las palabras en ese idioma que ya fueron incorporadas a nuestro vocabulario.
Lo último que hacen en la escuela antes de irse, alrededor de las 16.30, es arriar la bandera, doblarla y guardarla. Después, todos suben a la camioneta y empiezan a desandar el camino. Cuando en la camioneta quedan solamente las maestras, ya están a pocos minutos de la ruta 88, a una hora de Miramar. A veces, Anahí aprovecha el viaje para pensar sus clases. Y lo hace: "Me encanta Harry Potter. Y a Joaquín también. Le voy a proponer que arme un tráiler del primer libro, tipo booktuber, y lo suba a las redes sociales".
Un museo a la vera del mar
Si bien no es un proyecto nuevo, la primaria 16 de Centinela del Mar tiene desde hace dos décadas una especie de museo natural muy especial. Como la escuela está a unos 100 metros del mar, muchas veces los chicos hacen gimnasia o actividades en la playa.
Así es como durante años fueron encontrando restos fósiles que con la ayuda de paleontólogos de Mar del Plata pudieron identificar y mantienen en exhibición en una de las habitaciones de la escuela.
Tienen un tobillo de un megaterio, un mamífero terrestre que habitaba la zona de América del Sur, pesaba más de tres toneladas y medía seis metros de longitud.
También tienen por lo menos 20 placas de gliptodontes, un mamífero acorazado emparentado con los actuales armadillos. A eso le suman huesos sin identificar y muchísimos caparazones de caracoles y moluscos de mar. Cada tanto, paleontólogos de Mar del Plata van a revisar qué piezas nuevas encontraron.
Por Javier Drovetto.
Para lanacion.com/sinbarreras
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