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domingo, 21 de septiembre de 2008

El traje - de Juan C. Dido

El traje

Juan se puso el traje nuevo y salió a caminar. Ponía toda su preocupación en aparentar que andaba despreocupadamente, pensaba en el aspecto que tendría con el traje que estrenaba. Medía sus movimientos, imaginaba su figura en el andar atildado. Lo vio venir a Jorge desde la esquina.
-Hola Jorge, ¿cómo te va? –dijo deteniéndose con ademanes calculados y sin abandonar la prestancia.
-Qué tal Juancito, ¿te vas de parranda?
-Un paseo nomás che.
-Bueno... Suerte... Pero, aver a ver a ver... Déjame que te mire... ¡¡Viejo qué pinta!! ¡Pobre de ellos, no tenés traje porque no querés!
-Qué te parece... Lo estreno ahora.
-¡¡Extraordinario!! ¡Qué tela! ¡Y el modelo... Impecable viejo!
-Bueno Jorge, te dejo...
-¡A ver! ¡Pará un cachito! Mirándolo bien...
-¡Qué pasa!
-Me parece que tiene un pequeño defecto...
-¡Defecto! Si este traje está hecho de medida, y me costó un ojo de la cara.
-Bueno Juan, yo no quiero ofenderte... pero fijate aquí en las mangas...
-¡Qué tienen las mangas!
-Mirá la derecha... es un poco más larga que la izquierda, ¿lo notás?
-¡Uy, me parece que tenés razón! ¡Qué cretino este sastre! ¡Ah, pero a mí no me hace esto!...
-¡Ehh, bueno... Tampoco es para tanto! El defecto es casi imperceptible, y se puede solucionar fácilmente.
-¿Vos creés?
-¡Pero claro!... A ver, doblá un poco el brazo derecho; así ves... Ahí está... Listo, desapareció el defecto.
-¿No se nota che?
-¡Para nada!... Como si no existiera. Simplemente tenés que llevar el brazo izquierdo caído y el derecho flexionado.
-Es cierto... Bueno chau Jorge, Gracias...
Juan siguió caminando con su traje nuevo. Ahora ponía todo el cuidado en mantener algo flexionado el brazo derecho, y estirado el izquierdo. Su andar era más rígido, pero las dos mangas llegaban exactamente hasta el arranque de la mano.
No había hecho media cuadra, cuando se encontró con Alberto...
-¿Qué decís Alberto?
-Aquí andamos... Mejor dicho, miramos como andan los otros. ¡¡Juancito viejo y peludo!! ¡Qué mal que viven los pobres!
-¿Por qué lo decís?
-Vamos, no seas modesto. Una pilcha como la que tenés, no puede pasar disimulada.
-Qué te parece...
-¡Una pintura! Déjame que la vea bien... Caminá unos pasos, ¿a ver?... Perfecto loco... Diez puntos. Bueno... digamos casi diez puntos...
-¡Cómo casi diez puntos! ¿Tan rápido cambias de opinión?
-Bah... no me hagas caso. Es una pavada.
-¡No no no, ahora no me lo ocultés! Decime que descubriste.
-Sólo una pequeñez Juancito, las botamangas están desparejas.
-¡Desparejas!
-Sí, fijate... La izquierda es un poquito más larga que la derecha. Claro que casi ni se nota.
-¡Pero ese casi, quiere decir que se nota! Si supieras lo que me costó este traje... Me voy ya mismo a la sastrería...
-¡Ehhh, no seas tan drástico! Ese defecto tiene arreglo inmediato.
-¡Cómo inmediato!
-Pero Juancito, ¡te ahogás en un vaso de agua! Mirá... Incliná el cuerpo un poco hacia la derecha, de manera que la cintura quede un poco levantada de ese lado... Ahí está, ¿ves? Al pelo. Las dos botamangas a la misma altura...
-¿Seguro que no se nota che?
-No tengo por qué engañarte Juancito, pero si desconfías, podés preguntarle a “Cacho” que ahí viene.
-Qué tal muchachos...
-Hola “Cacho” venís justo porque Juancito necesitaba un juez.
-¿Un juez? –dijo extrañado “Cacho”.
-¡Es un decir! Alguien que objetivamente juzgue su elegancia.
-¡Me estás cargando! Con ese traje no hay juez que lo condene.
-¿No te lo dije Juancito?
-¿En serio “Cacho”? Me interesa tu opinión.
-Y, esta es mi opinión. Impecable, un dandy Juancito. Bueno... prácticamente un dandy...
-¡Ese prácticamente, es un reparo!...
-Bueno, por favor, no exagerés, apenas una minucia...
-¡Y de qué se trata!
-Las hombreras.
-¿Qué tienen las hombreras?
-Y, la derecha está un poco más alta. ¿Qué opinás Alberto?
-Coincido con tu observación.
-¡No ven, no ven! ¡Yo a este sastre no lo perdono!...
-Vení, no seas apresurado. El sastre te va a aumentar el desarreglo y nada más. Esto se corrige en un santiamén –repuso “Cacho”.
-¿Y cuál es la solución?
-Más simple imposible. Es suficiente con que levantés unos centímetros el hombro izquierdo y listo. Ves, así... A ver ahora... caminá, caminá, ves... ¡Perfecto!
Y Juancito siguió caminando, luciendo su traje nuevo. Llevaba el brazo derecho flexionado y pegado al cuerpo; el izquierdo estirado y rígido; el cuerpo volcado hacia la derecha, y el hombro izquierdo más alto que el derecho.
Desde la esquina, lo vio venir el grupo de muchachos.
-Che, miren ese pobre tipo. ¡Es un deforme! ¡Un contrahecho!
-¡Qué castigo pobre infeliz!
-Es cierto. Pero fíjense... ¡¡Qué macanudo le queda el traje!!

Juan Carlos Dido

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Parecía el jorobado de Notre dame!!!!!!!

Marta Duhalde dijo...

Me encantó el cuento EL TRAJE y es lastimoso como el personaje ( influenciable y débil)se deja llevar por la opinión de los envidiosos ¿no?

saludos
Marta