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domingo, 12 de octubre de 2008

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El mérito de la esfinge

Cuando a Miguel Angel, el gran artista del renacimiento, le entregaban un bloque de mármol, él, en ese bloque veía las figuras humanas, con todos sus aditamentos.

¿Qué puede tener de humano un bloque de mármol?
La primera respuesta es; nada. Por cierto que un bloque de mármol, no tiene nada de humano. Este pertenece al mundo de los minerales. El bloque de mármol, es pura y exclusivamente materia inanimada. En cambio, los humanos, pertenecen al mundo de lo vivo. Y además; hablan. Sí señor, los seres humanos tienen el poder de la palabra. Incluyen en si mismos al mundo de la materia lo que comparten con el bloque de mármol, pero también viven como las plantas, se mueven como los animales Pero además: hablan.
Cuando la boca dice cosas, con sentido, se mueven los labios, la lengua y otros órganos del aparato fonador. Estas dos acciones; moverse y hablar, es algo que el bloque de mármol no puede hacer de ninguna manera.
Sin embargo, Miguel Angel Buonarotti, veía en esos cachos de materia inerte; figuras humanas.
Este hombre singular, las veía tan claramente, que luego tallando ese mudo trozo de mármol, lograba su aparición.
Según las palabras de Buonarotti, esas figuras estaban ahí. Él lo que hacía, era sacar lo que sobraba, entonces ellas aparecían. Y a lo que fue apareciendo lo llamamos: El Moisés, La Piedad, El David, entre otras. Y todos, sin dudarlo, los que las hemos visto, los que pasamos los dedos sobre una reproducción, los que hemos soñado con la belleza sobrehumana de las mismas, las consideramos obras de arte.
Para todos, esas figuras que Miguel Angel veía, y que sin duda, solo él veía, que ninguno de sus contemporáneos imaginaba siquiera, esas figuras, para las cuales, todos, menos Miguel Angel, estaban totalmente ciegos, estaban realmente dentro del bloque de mármol y el genio del artista, las logró rescatar de ahí.
Bueno, no se crean que soy una burra. No se crean que no sé, que cuando Miguel Angel, terminó su Moisés, Lo vio tan real, tan vivo, tan humano, que le reclamó que hable.
Pero el bloque de mármol transformado en monumental belleza, no pudo responder al pedido de su creador. Fiel a su naturaleza, siguió impávido, mudo. Y aquí el término está muy bien puesto, el bloque de mármol siguió: petrificado.
El descubridor del Moisés, no pudo tolerar tamaño desacato y le propinó al mármol violentos golpes en su parte superior, rajando apenas la piedra. Por suerte, uno de sus discípulos logró frenar ese atropello y hoy día, quinientos años después de que ese Moisés conociera la luz, aún hoy, podemos seguir disfrutando de su avasalladora magnificencia.
Pero me interesa otra cuestión que tiene que ver con lo que quiero relatar.
Me interesa destacar, que para todos los que no eran Miguel Angel, frente al bloque de mármol, estaban ciegos respecto a las distintas estatuas que el maestro luego reveló.
Las estatuas, estaban ocultas en el bloque de mármol. Pero este, a pesar de ser notoriamente tangible y visible, enceguecía a los que lo mirasen, respecto a las obras maestras ahí contenidas. Como anticipé, solo el gran escultor renacentista, el mismo que como pintor nos regaló los frescos de la Capilla Sixtina, solo él, veía esas hermosas estatuas. Los demás estaban ciegos, totalmente ciegos respecto de ellas.


Algo así pasa con nuestras vivencias internas. Frente a ellas, muchos de nosotros estamos ciegos, completamente ciegos. Y aunque parezca paradójico, eso lo descubrí, cuando A causa de mi discapacidad visual, empecé a ir a la escuela para ciegos.
Ocultas, igual que las estatuas dentro de un bloque de mármol, emociones contrastantes bullían en mi interior. Decir emociones es limitativo. No solo se trataba de Emociones, sentimientos, pensamientos, esperanzas y desesperanzas.
Sí, todo eso junto, también separado.
Y las formas verdaderas de todos esos aspectos del espíritu, fueron apareciendo de a poco. Casi diríamos, tallados por el más hábil de los escultores.
Qué escultor más hábil de la verdad que la realidad lisa y llana!
Preguntas que me hacían. Preguntas como el escalpelo del artista que iban descubriendo, para que yo las viera con el corazón, a esas sinuosas peripecias de la mente.
- Por qué no usas bastón?
- cuánto hace que estás así?
Y la peor de todas:
- tenés resto visual?
Esta expresión " resto visual", me remite a una condena. Yo preguntaría si ves algo, o hasta donde llega tu vista, como cuando vas al oculista y te enfrenta con esa hilera de letras de las cuales ahora ya no distingo ninguna.
Debo decir, que todas estas preguntas, más otras que se deslizaban como un rocío de amargura, me obligaban a enfrentar con aquello de lo que deseaba huir: justamente mi discapacidad.
Pero si empecé comparando a esta situación, la de ir a la escuela para ciegos, con la actividad de un artista que descubre dentro de un bloque de mármol, obras de arte maravillosas, es porque en esta experiencia de transitar la enseñanza necesaria para vivir sin ver, llegué a ver obras de arte maravillosas.
Pero ahora que me metí con este tema, me doy cuenta que no es de esto de lo que quería hablar.
Es cierto que todos los seres humanos tenemos sentimientos que actúan en contra de nosotros mismos y que no sólo nos apabullan afectivamente. La ciencia hoy en día a demostrado que nos enfermamos físicamente cuando nos deprimimos, nos estresamos, o simplemente cuando tenemos pensamientos negativos, de odio, o de rencor contra los demás o contra nosotros mismos.
Y en realidad, qué poco que necesita el hombre para deprimirse!! Apenas necesita perder el colectivo, ponerle mucha sal a la comida convirtiéndola en incomible o meterse en el banco en la cola equivocada con lo cual termina haciendo dos colas.
Sí, no nos engañemos. Esos avatares circunstanciales y pasajeros alcanzan y sobran para deprimir a cualquiera, estresarse groseramente y hasta para sentirse el más tonto de los hombres. Por eso voy a hablar de otra revelación que me sucedió en la escuela.
Se me reveló, que mis dedos no estaban ciegos. Cualquiera que los mira o los toca dirá;
-Qué pueden ver los dedos?
Pero cuando conocí el sistema Braille de lectura, descubrí que mis dedos veían.
Hasta ese momento estaba ciega frente a esa circunstancia.
Durante todo el tiempo, en el cual pude leer con mis ojos, estaba ciega frente a la circunstancia de que mis dedos veían.
Por cierto que no saber, es una especie de ceguera. Por cierto que la peor ceguera, la peor enfermedad, es la ignorancia.
Ahora yo, he despertado mi nueva vista. Y mis dedos, igual que en el caso de la creativa inteligencia del gran Miguel Angel Bounarotti, que podía ver en un bloque de mármol la belleza del arte, podrán ver, en simples puntitos, las bellezas de la poesía y el encanto singular de los cuentos.
Miguel Angel sabía que sus dedos tenían magia. Pero, sabría Miguel Angel que los dedos pueden tener tanta magia?
Cómo habrá sido la visión del escultor de la Esfinge? ¿También, igual que Miguel Angel, habrá visto esa figura en el bloque de piedra en el cual finalmente fue tallada? Cómo se puede visualizar semejante figura, la enorme figura de veinte metros de alto, treinta metros de ancho y noventa de largo en algo que no presenta el menor indicio de la misma?
Ese es el mérito de la esfinge. Su capacidad de revelarse donde no está.

Lic. Nora S. Freidin

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