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domingo, 19 de diciembre de 2010

Un viaje alentador - de Clyde Piola Mendoza

Un viaje alentador

Agustín Arancibia llegó esa mañana a la ciudad de Rosario, proveniente de la ciudad de Reconquista, ambas en la provincia de Santa Fe.
Había sido invitado por las autoridades provinciales para asistir a los festejos del Día de la Bandera, justamente hoy 20 de junio del año 2010.
Agustín estaba muy entusiasmado por la conmemoración y por el hecho de que el 25 de mayo pasado se festejó en el país el Bicentenario del nacimiento de la patria. El fervor patriótico que le producían esos acontecimientos lo sumió en un viaje interior que le hacía imaginar los hechos que sucedieron aquel 27 de febrero del año 1812. De pronto sintió que su cuerpo ya no tenía peso y vagaba suavemente entre los habitantes de Rosario de 1812, sin que advirtieran su presencia.
Estaba en la plaza principal de la ciudad, a dos cuadras de las barrancas del río Paraná. La belleza de ese río era incuestionable. El aroma de la vegetación siendo invierno se aspiraba en la fragancia de los azahares, se escuchaba el canto de los pájaros de la zona, el color que poseían las áreas ribereñas con el juego de los distintos matices de la vegetación, hacían del paisaje una conjunción perfecta. Los efluvios de los olores de la madrugada impregnaban el lugar como el llamado de la tierra a los hombres reunidos en la plaza.
En un grupo estaba el boticario, Don Ismael Osuna, con su hijo José, y conjuntamente con don Amílcar Albornoz, el médico vecino de su casa, e intercambiaban la información de que el Padre Felipe había invitado, la noche anterior, al pueblo para que se reuniera en la Parroquia para anunciarles algo esencial para sus vidas. Muy cerca de ellos, otros grupos dialogaban sobre ese hecho. Se observaban distintos círculos sociales y etnias, unidos en la misma fogosidad.
Había personajes con roles importantes en la sociedad, provenientes de aquellos que fueron bajando el Paraná, desde la importante Asunción, crisol de razas europeas, de los siglos XVI y XVII.
La presencia del gaucho era notoria, ellos representaron siempre al hombre que ama su tierra. Muchos aborígenes silenciosos trataban de entender la situación, para poder sumarse con la corriente de misticismo que los identificaba. Unos pocos negros esclavos iban llegando, acompañando a algunas señoras, cuyos maridos ya estaban en la plaza.
Todos esperaban que se abrieran las puertas de la Iglesia.
Sabían que el General Manuel Belgrano había instalado dos Baterías, la Independencia y la Libertad al borde de las barrancas.
Los pobladores conocían el patriotismo del General y el valor que poseía como hombre.
Justo a las 7 horas se abrieron las puertas. El templo quedó colmado de una masa pueblerina con gran agitación. El Padre Felipe, de la orden de los franciscanos estaba en el púlpito y con voz firme les dijo.

- Estamos viviendo hoy uno de los días más trascendentales de nuestra historia, está en nuestra ciudad el General Don Manuel Belgrano, quien consiguió la aprobación del Triunvirato para crear el símbolo de nuestra Patria, la Bandera. Hace mucho tiempo que Belgrano abogaba por ello, y antes de que nadie o nada se oponga, debemos apoyarlo. Nos enorgullece saber que formaremos parte de un pueblo que sumará sentimiento y acción para la creación de nuestro emblema. Vayamos todos a tan glorioso acontecimiento.

El Padre Felipe bajó del púlpito acompañado de una gran multitud, no solo la de su Iglesia, sino también de gente de lugares aledaños y más lejanos que se iban sumando. Todos quieren tomar parte del suceso y escuchar. Se dirigieron a las barrancas, donde estaban ya las tropas. El poder ver de cerca al General les entusiasmaba, conocían su calidad, su idoneidad en muchos aspectos del conocimiento y su aplicación en la vida de la nueva Patria. Su aplicación devota al periodismo, su condición de economista, abogado, etc. Les había llegado toda la información sobre la creación de Colegios de gran relevancia en el conocimiento de esa época. Su capacidad y honestidad fue el mayor legado que recibieron los argentinos.
Cuando el pueblo llegó la Bandera estaba recién izada, flameando al viento.
Entonces se oyó la voz del General que decía:

-Juremos vencer a nuestros enemigos interiores y exteriores y la América del Sud será el Templo de la Independencia de la unión y de la libertad.
En fe de que así lo juráis, decid conmigo:

VIVA LA PATRIA!

El sonido del juramento de los soldados y la aclamación del pueblo hicieron vibrar el alma de Agustín Arancibia, quien prontamente volvió al presente, totalmente emocionado.
Faltaban pocas horas para el acto de este año 2010. Multitudes se acercaban al Monumento a La Bandera. El amor a la Patria unía nuevamente al pueblo en la recordación.
A la noche Agustín regresó a Reconquista con los comentarios propios de quienes viven en la actitud de amar lo que lo identifica como argentino.

Alcyon
Primer premio Concurso literario del Rotary Club de Once
Año 2010

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