En Dinamarca llueve casi todo el año, oscurece a las tres de la tarde y los impuestos se llevan hasta el 60 por ciento de los sueldos. Sin embargo, los daneses son las personas más felices del mundo.
¿Cómo lo hacen? El secreto está en el hygge (pronúnciese hoo-ga), un término intraducible que expresa el sentimiento de sentirse bien en un hogar cómodo, calmo y cálido y que alumbra un nuevo fenómeno editorial que pronto llegará a la Argentina: en España, donde escribo esta columna durante mis vacaciones, las librerías están inundadas de manuales de autoayuda para recrear un living nórdico en Malasaña o en Villa Crespo (algunos, con títulos tan inequívocos como Feliz como un danés) con el propósito de copiar las recetas domésticas que hicieron de Dinamarca el país con mejor calidad de vida.
Si hasta el año pasado la terapia del orden era el furor de los que buscan la armonía de entrecasa en un best seller, ahora el hygge se propone como el camino más corto hacia la felicidad: literalmente, yendo de la cama al living.
Ahí donde un mandato típico de cualquier gurú contemporáneo exija "salir de la zona de confort", el hygge propone exactamente lo contrario: convertir la casa de uno en un santuario de comodidad... y quedarse ahí. "El hygge tuvo distintas interpretaciones, desde el arte de crear intimidad o calidez en el alma hasta obtener placer de los objetos sedantes.
La mía es tomar chocolate a la luz de las velas.", escribe Meik Wiking, director del Instituto de Investigación de la Felicidad en Copenhague y autor de La felicidad en las pequeñas cosas, un enorme éxito editorial que integra la lista de los diez libros más vendidos del Times desde hace meses.
Embarcado en un frenesí de consumismo, el mundo quiere aprender a vivir como los daneses: según los libros, alcanza con iluminar con velas, tomar infusiones calientes, poner plantas en todos los ambientes, dejar los zapatos en la entrada, calentar con fuego a leña, cocinar pastelitos dulces, rodearse de objetos simples y reunirse con amigos. Para mí, ningún hallazgo. Aunque parece que funciona, a pesar de las críticas.
Según el periodista inglés Michael Booth, que vivió en todos los países nórdicos para desentrañar los misterios del milagroso bienestar escandinavo, es fácil dedicarse a las velas y las plantitas cuando el Estado asegura las necesidades básicas y el ciudadano promedio no tiene que preocuparse por la inflación, el desempleo o la inseguridad. Para Booth, más que comodidad plácida el hygge resume el peor tipo de conformismo (aquel que alumbra a burgueses asustados) y Copenhague es la ciudad más aburrida del planeta aunque insista, con poco éxito, en promocionarse como "la Ibiza del mar Báltico".
Aun desconfiado de las soluciones mágicas, llevo para Buenos Aires algunos consejos nórdicos que imitan los españoles (todos los que visiten mi casa deberán sacarse los zapatos y pondré un helecho en la mesada del baño, me propongo). Si es cierto que la felicidad está en las pequeñas cosas, y a pesar de que Copenhague esté a años luz de cualquier ciudad de perros, reclamo para mí el derecho a ser feliz como un gran danés.
CINCO CONCEPTOS PARA APLICAR EL HYGGE EN EL HOGAR
Simpleza: A tono con la terapia del orden, el hygge postula que debe haber pocos elementos en la casa, pero todos de un significado emocional importante.
Texturas: Se declara la guerra a lo sintético y se apuesta por maderas, lanas, pieles o cueros y una iluminación a vela. Ojo: ¡todo es altamente inflamable!
Hobbies: Una filosofía construida alrededor del sedentarismo doméstico no puede quedarse sin nada que hacer. Se recomiendan el ajedrez, el tejido o los juegos de mesa.
Pijamas: En contra del fashionismo, un vestuario de andar por casa: pijamas, jogginetas, remeras raídas y pantuflas porque en un hogar con hygge no se entra con zapatos.
Lentitud: Una vida ralentizada: baños de inmersión de media hora o largas tardes dedicadas a la lectura, como una postura opuesta al vértigo de la vida moderna.
Por Nicolás Artusi. Para LA NACION.
(Jorge L. Icardi, Reportero Internacional...)
martes, 30 de mayo de 2017
Helen Adams Keller
Tuscumbia (Alabama) 27/06/1880 - Easton (Connecticut) 01/06/1968. Escritora norteamericana. Invidente y sordomuda, se especializó en educación especial para discapacitados.
A causa de una grave enfermedad que la acometió a los diecinueve meses de edad, Keller perdió la vista y el oído, lo que le impidió desarrollar el habla durante sus primeros años de vida.
Cuando cumplió los seis años, sus padres contrataron a una institutriz irlandesa, Ann Sullivan, quien le enseñó el lenguaje de los sordomudos y que marcaría un giro radical en su vida.
Posteriormente, y junto con su institutriz, prosiguió sus estudios especiales en la institución Horace Man School para sordos, de Boston, y en la Wright-Humason Oral School, en Nueva York. Allí no sólo aprendió a hablar, leer y escribir, sino que se capacitó para cursar estudios superiores. Siempre acompañada por Ann Sullivan, desde 1900 hasta 1904 completó su formación en el Radcliffe College, donde se graduó con la mención "cum laude". Tras su graduación, Keller realizó diversos viajes a Europa y África.
En 1.925, Helen Keller se presentó en la Convención de Clubes de Leones de Cedar Point y, desafió a los integrantes de la Asociación para que la respaldaran en su causa:
“Hago una súplica a ustedes, los Leones, que gozan del preciado sentido de la vista . . . . ustedes que son de empuje, valerosos y bondadosos Quisieran ser Paladines del Ciego en la Cruzada contra la Ceguera?"
Con sus palabras mágicas, Helen Keller cambió el curso de la historia del movimiento Leonístico para beneficio de las vidas de millones y millones de personas, ya que desde ese momento los Leones enarbolaron como bandera mundial el programa “Primero La Vista”. (Sight First)
Su obra publicada es, básicamente, autobiográfica, ya que Keller encontró en la escritura el modo de objetivar y hacer comunicable su difícil experiencia. Sus libros pronto se convirtieron en un ejemplo de tenacidad y resistencia frente a las adversidades de la vida, especialmente las limitaciones físicas.
Entre sus publicaciones destacan:
La historia de mi vida (1902),
Optimismo (1903)
y especialmente El mundo en el que vivo (1908), libro que le valió su fama internacional y en el que narra el contraste entre la riqueza de la vida íntima que su alma albergaba y la menguada vida sensorial de la que Helen Keller era víctima.
Otros títulos de su producción son Canción del muro de piedra (1910), Fuera de la oscuridad (1913), Mi religión (1927), El medio de una corriente (1929), Paz en el atardecer (1932), El diario de Hellen Keller (1938) y Déjanos tener fe (1940).
En 1934 Keller tuvo ocasión de devolver los favores prestados y la persistente dedicación a su institutriz Ann Sullivan cuando ésta perdió la vista imprevisiblemente. Keller publicó también algunos artículos en la prensa y en revistas especializadas.
En octubre de 1961 Helen sufrió el primero de una serie de accidentes cerebro vasculares, y su vida pública fue disminuyendo. En sus últimos años, se dedicaría entonces a cuidar su casa en Arcan Ridge.
En 1964, Helen fue galardonada con la Medalla Presidencial de la Libertad, el más alto premio para personas civiles otorgada por el presidente Lyndon Johnson. Un año más tarde fue elegida como La mujer del “Salón de la Fama” en la Feria Mundial de Nueva York.
Poco antes de su muerte en 1968, a la edad de 87 años, Helen Keller le dijo a un amigo:
“En estos oscuros y silenciosos años, Dios ha estado utilizando mi vida para un propósito que no conozco, pero un día lo entenderé y entonces estaré satisfecha.”
El 1 de junio de 1968, en Arcan Ridge, Helen Keller murió mientras dormía. Su cuerpo fue cremado en Bridgeport, Connecticut y su funeral se realizó en la Catedral Nacional de Washington DC. La urna más tarde sería llevada a un lugar cerca de donde descansaban los restos de Anne Sullivan y Polly Thomson.
Legado
Su rol en la educación especial: La formación de Keller significó un avance importante en la educación especial, a pesar de que hubo otros casos similares no conocidos. Sin embargo, la enseñanza de Keller fue la primera en ser registrada de forma fiable en múltiples obras escritas y originó muchos métodos educativos especiales nuevos.
Los editores del libro de texto "Psicología general", señalaron la importancia del caso de Keller:
"Es la única de su clase empujada por una maestra de talento excepcional, una gran observadora que describió el desarrollo gradual de su alumna, altamente dotada, casi una niña genio, a la que la naturaleza le había colocado una cruel prueba, apagando totalmente las dos áreas claves del sistema sensorial".
Al mismo tiempo, Psicología general relató que Sullivan no recibió inicialmente el apoyo de la comunidad científica ya que parecía poco probable que su alumna se adaptara a la enseñanza tan rápido.
Helen Keller se convirtió en un ejemplo de superación y coraje como así también en un símbolo de la lucha por los derechos de personas con discapacidad.
Un periodista del The Journal of Southern History publicó que "...Keller es percibida como un ícono nacional que simboliza el triunfo de las personas con discapacidad".
El orador motivacional y predicador cristiano Nick Vujicic, que nació sin brazos ni piernas, confesó en su autobiografía que Helen Keller jugó un papel de gran influencia en su vida.
A causa de una grave enfermedad que la acometió a los diecinueve meses de edad, Keller perdió la vista y el oído, lo que le impidió desarrollar el habla durante sus primeros años de vida.
Cuando cumplió los seis años, sus padres contrataron a una institutriz irlandesa, Ann Sullivan, quien le enseñó el lenguaje de los sordomudos y que marcaría un giro radical en su vida.
Posteriormente, y junto con su institutriz, prosiguió sus estudios especiales en la institución Horace Man School para sordos, de Boston, y en la Wright-Humason Oral School, en Nueva York. Allí no sólo aprendió a hablar, leer y escribir, sino que se capacitó para cursar estudios superiores. Siempre acompañada por Ann Sullivan, desde 1900 hasta 1904 completó su formación en el Radcliffe College, donde se graduó con la mención "cum laude". Tras su graduación, Keller realizó diversos viajes a Europa y África.
En 1.925, Helen Keller se presentó en la Convención de Clubes de Leones de Cedar Point y, desafió a los integrantes de la Asociación para que la respaldaran en su causa:
“Hago una súplica a ustedes, los Leones, que gozan del preciado sentido de la vista . . . . ustedes que son de empuje, valerosos y bondadosos Quisieran ser Paladines del Ciego en la Cruzada contra la Ceguera?"
Con sus palabras mágicas, Helen Keller cambió el curso de la historia del movimiento Leonístico para beneficio de las vidas de millones y millones de personas, ya que desde ese momento los Leones enarbolaron como bandera mundial el programa “Primero La Vista”. (Sight First)
Su obra publicada es, básicamente, autobiográfica, ya que Keller encontró en la escritura el modo de objetivar y hacer comunicable su difícil experiencia. Sus libros pronto se convirtieron en un ejemplo de tenacidad y resistencia frente a las adversidades de la vida, especialmente las limitaciones físicas.
Entre sus publicaciones destacan:
La historia de mi vida (1902),
Optimismo (1903)
y especialmente El mundo en el que vivo (1908), libro que le valió su fama internacional y en el que narra el contraste entre la riqueza de la vida íntima que su alma albergaba y la menguada vida sensorial de la que Helen Keller era víctima.
Otros títulos de su producción son Canción del muro de piedra (1910), Fuera de la oscuridad (1913), Mi religión (1927), El medio de una corriente (1929), Paz en el atardecer (1932), El diario de Hellen Keller (1938) y Déjanos tener fe (1940).
En 1934 Keller tuvo ocasión de devolver los favores prestados y la persistente dedicación a su institutriz Ann Sullivan cuando ésta perdió la vista imprevisiblemente. Keller publicó también algunos artículos en la prensa y en revistas especializadas.
En octubre de 1961 Helen sufrió el primero de una serie de accidentes cerebro vasculares, y su vida pública fue disminuyendo. En sus últimos años, se dedicaría entonces a cuidar su casa en Arcan Ridge.
En 1964, Helen fue galardonada con la Medalla Presidencial de la Libertad, el más alto premio para personas civiles otorgada por el presidente Lyndon Johnson. Un año más tarde fue elegida como La mujer del “Salón de la Fama” en la Feria Mundial de Nueva York.
Poco antes de su muerte en 1968, a la edad de 87 años, Helen Keller le dijo a un amigo:
“En estos oscuros y silenciosos años, Dios ha estado utilizando mi vida para un propósito que no conozco, pero un día lo entenderé y entonces estaré satisfecha.”
El 1 de junio de 1968, en Arcan Ridge, Helen Keller murió mientras dormía. Su cuerpo fue cremado en Bridgeport, Connecticut y su funeral se realizó en la Catedral Nacional de Washington DC. La urna más tarde sería llevada a un lugar cerca de donde descansaban los restos de Anne Sullivan y Polly Thomson.
Legado
Su rol en la educación especial: La formación de Keller significó un avance importante en la educación especial, a pesar de que hubo otros casos similares no conocidos. Sin embargo, la enseñanza de Keller fue la primera en ser registrada de forma fiable en múltiples obras escritas y originó muchos métodos educativos especiales nuevos.
Los editores del libro de texto "Psicología general", señalaron la importancia del caso de Keller:
"Es la única de su clase empujada por una maestra de talento excepcional, una gran observadora que describió el desarrollo gradual de su alumna, altamente dotada, casi una niña genio, a la que la naturaleza le había colocado una cruel prueba, apagando totalmente las dos áreas claves del sistema sensorial".
Al mismo tiempo, Psicología general relató que Sullivan no recibió inicialmente el apoyo de la comunidad científica ya que parecía poco probable que su alumna se adaptara a la enseñanza tan rápido.
Helen Keller se convirtió en un ejemplo de superación y coraje como así también en un símbolo de la lucha por los derechos de personas con discapacidad.
Un periodista del The Journal of Southern History publicó que "...Keller es percibida como un ícono nacional que simboliza el triunfo de las personas con discapacidad".
El orador motivacional y predicador cristiano Nick Vujicic, que nació sin brazos ni piernas, confesó en su autobiografía que Helen Keller jugó un papel de gran influencia en su vida.
domingo, 28 de mayo de 2017
"Adiós Nonino"
Astor Piazzola con la Sinfónica "Cologne Radio Orchestra" de Alemania.
Extraído del documental "Astor Piazzolla: The Next Tango"
https://youtu.be/VTPec8z5vdY
Extraído del documental "Astor Piazzolla: The Next Tango"
https://youtu.be/VTPec8z5vdY
Pollo al coñac
Ingredientes:
•6 presas de pollo surtidas y sin piel (o con piel como más te guste)
•1 cucharada de aceite
•1 cucharada de mantequilla
•2 zanahorias en rodaja, no muy gruesas
•1 cebolla mediana picada en pluma
•2 hojas de laurel
•½ cucharadita de orégano
•1 taza de coñac
•1½ tazas de vino blanco
•3 tazas de caldo de pollo aprox
•Sal y pimienta.
Preparación:
En una olla honda agregar un poco de aceite y dorar muy bien las presas de pollo, con paciencia, primero por un lado y luego por el otro.
Nota: Me gusta hacerlo con cuatro presas por vez, para que no suelte mucho jugo y se doren más parejo y rápido.
Cuando ya estén bien doradas, ponemos todas las presas en la
olla.
Incorporar la cebolla en pluma, las zanahorias en rodajas, el orégano, el laurel, salpimentar y dejar que se doren y tomen temperatura a fuego fuerte.
Agregar el coñac y el vino blanco y, con mucho cuidado, flambear con un encendedor.
Otra alternativa es esperar que con el hervor se evapore el alcohol.
Cuando se haya evaporado (o sea, cuando ya no se sienta el olor a alcohol), agregar las tazas de caldo. Ir testeando los sabores mientras hierve y agregar
más caldo si se quiere más jugoso.
Dejar cocinar tapado por 20 minutos a fuego medio y revolviendo de vez en cuando.
Servir en una fuente: primero las presas y luego el caldo colado (o sin colar, como se prefiera)
Acompañar con papas fritas.
Virginia Demaria
Soy Bloguera, comunicadora visual, chef de profesión y este portal busca servir como fuente de inspiración y comunicación para quienes deseen conocer más
de cocina, recetas y manualidades.
www.virginiademaria.cl/
•6 presas de pollo surtidas y sin piel (o con piel como más te guste)
•1 cucharada de aceite
•1 cucharada de mantequilla
•2 zanahorias en rodaja, no muy gruesas
•1 cebolla mediana picada en pluma
•2 hojas de laurel
•½ cucharadita de orégano
•1 taza de coñac
•1½ tazas de vino blanco
•3 tazas de caldo de pollo aprox
•Sal y pimienta.
Preparación:
En una olla honda agregar un poco de aceite y dorar muy bien las presas de pollo, con paciencia, primero por un lado y luego por el otro.
Nota: Me gusta hacerlo con cuatro presas por vez, para que no suelte mucho jugo y se doren más parejo y rápido.
Cuando ya estén bien doradas, ponemos todas las presas en la
olla.
Incorporar la cebolla en pluma, las zanahorias en rodajas, el orégano, el laurel, salpimentar y dejar que se doren y tomen temperatura a fuego fuerte.
Agregar el coñac y el vino blanco y, con mucho cuidado, flambear con un encendedor.
Otra alternativa es esperar que con el hervor se evapore el alcohol.
Cuando se haya evaporado (o sea, cuando ya no se sienta el olor a alcohol), agregar las tazas de caldo. Ir testeando los sabores mientras hierve y agregar
más caldo si se quiere más jugoso.
Dejar cocinar tapado por 20 minutos a fuego medio y revolviendo de vez en cuando.
Servir en una fuente: primero las presas y luego el caldo colado (o sin colar, como se prefiera)
Acompañar con papas fritas.
Virginia Demaria
Soy Bloguera, comunicadora visual, chef de profesión y este portal busca servir como fuente de inspiración y comunicación para quienes deseen conocer más
de cocina, recetas y manualidades.
www.virginiademaria.cl/
sábado, 27 de mayo de 2017
Vínculo fraterno - Julio Cortazar
“Después del almuerzo yo hubiera querido quedarme en
mi cuarto leyendo, pero papá y mamá vinieron casi en seguida a decirme que esa
tarde tenía que llevarlo de paseo.
Lo primero que contesté fue que no, que lo llevara otro, que por favor me dejaran estudiar en mi cuarto. Iba a decirles otras cosas, explicarles por qué no me gustaba tener que salir con él, pero papá dio un paso adelante y se puso a mirarme en esa forma que no puedo resistir, me clava los ojos y yo siento que se van entrando cada vez más hondo en la cara, hasta que estoy a punto de gritar y tengo que darme vuelta y contestar que sí, que claro, en seguida.
Cuando salí de mi cuarto eran las dos, y tía Encarnación dijo que podía ir a buscarlo a la pieza del fondo, donde siempre le gusta meterse por la tarde. Tía Encarnación debía darse cuenta de que yo estaba desesperado por tener que salir con él, porque me pasó la mano por la cabeza y después se agachó y me dio un beso en la frente. Sentí que me ponía algo en el bolsillo. –Para que te compres alguna cosa– me dijo al oído – Y no te olvides de darle un poco, es preferible.
Lo encontré en un rincón del cuarto, lo agarré lo mejor que pude y salimos por el patio hasta la puerta que daba al jardín de adelante. Una o dos veces sentí la tentación de soltarlo, volver adentro y decirles a papá y a mamá que él no quería venir conmigo, pero estaba seguro de que acabarían por traerlo y obligarme a ir con él hasta la puerta de calle. Nunca me habían pedido que lo llevara al centro, era injusto que me lo pidieran porque sabían muy bien que la única vez que me habían obligado a pasearlo por la vereda había ocurrido esa cosa horrible con el gato de los Alvarez. Me parecía estar viendo todavía la cara del vigilante hablando con papá en la puerta, y después papá sirviendo dos vasos de caña, y mamá llorando en su cuarto. Era injusto que me lo pidieran.
Por la mañana había llovido y las veredas de Buenos Aires están cada vez más rotas, apenas se puede andar sin meter los pies en algún charco. Yo hacía lo posible para cruzar por las partes más secas y no mojarme los zapatos nuevos, pero en seguida vi que a él le gustaba meterse en el agua, y tuve que tironear con todas mis fuerzas para obligarlo a ir de mi lado. A pesar de eso consiguió acercarse a un sitio donde había una baldosa un poco más hundida que las otras, y cuando me di cuenta ya estaba completamente empapado y tenía hojas secas por todas partes. Tuve que pararme, limpiarlo, y todo el tiempo sentía que los vecinos estaban mirando desde los jardines, sin decir nada pero mirando. No quiero mentir, en realidad no me importaba tanto que nos miraran (que lo miraran a él, y a mí que lo llevaba de paseo); lo peor era estar ahí parado, con un pañuelo que se iba mojando y llenando de manchas de barro y pedazos de hojas secas, y teniendo que sujetarlo al mismo tiempo para que no volviera a acercarse al charco.
A esa hora el tranvía viene bastante vacío, y yo rogaba que pudiéramos sentarnos en el mismo asiento, poniéndolo a él del lado de la ventanilla para que molestara menos. No es que se mueva demasiado, pero a la gente le molesta lo mismo y yo comprendo. Por eso me afligí al subir, porque el tranvía estaba casi lleno y no había ningún asiento doble desocupado.
Lo malo fue que el guarda se paró al lado del asiento donde yo lo había instalado, golpeando con una moneda en el fierro de la máquina de los boletos, y yo tuve que darme vuelta y hacerle señas de que viniera a cobrarme a mí. [...] Me tuve que levantar (y ahora dos o tres pasajeros me miraban) y acercarme al otro asiento. "Dos boletos", le dije. Cortó uno, me miró un momento, y después me alcanzó el boleto y miró para abajo, medio de reojo., repetí, seguro de que todo el tranvía ya estaba enterado.
Lo peor era que a cada momento tenía que darme vuelta para ver si seguía quieto en el asiento de atrás, y con eso iba llamando la atención de algunos pasajeros.
Como a las ocho cuadras no sé por qué me pareció que la señora que iba del lado de la ventanilla se iba a bajar. Eso era lo peor, porque le iba a decir algo para que la dejara pasar, y cuando él no se diera cuenta o no quisiera darse cuenta, a lo mejor la señora se enojaba y quería pasar a la fuerza, pero yo sabía lo que iba a ocurrir en ese caso y estaba con los nervios de punta, de manera que empecé a mirar para atrás antes de llegar a cada esquina, y en una de esas me pareció que la señora estaba ya a punto de levantarse, y hubiera jurado que le decía algo porque miraba de su lado y yo creo que movía la boca. Justo en ese momento una vieja gorda se levantó de uno de los asientos cerca del mío y empezó a andar por el pasillo, y yo iba detrás queriendo empujarla, darle una patada en las piernas para que se apurara y me dejara llegar al asiento donde la señora había agarrado una canasta o algo que tenía en el suelo y ya se levantaba para salir. Al final creo que la empujé, la oí que protestaba, no sé como llegué al lado del asiento y conseguí sacarlo a tiempo para que la señora pudiera bajarse en la esquina. Entonces lo puse contra la ventanilla y me senté a su lado, tan feliz aunque cuatro o cinco idiotas me estuvieran mirando desde los asientos de adelante y desde la plataforma donde a lo mejor el chinazo les había dicho alguna cosa.
...en la plataforma de atrás oí que alguien soltaba una carcajada, pero naturalmente no quise darme vuelta, volví a pasar el brazo y sujeté la ventanilla, haciendo como que no veía...
Me hubiera gustado tanto poder entrar en una lechería y pedir un helado o un vaso de leche, pero estaba seguro que no iba a poder, que me iba a arrepentir si lo hacía entrar en un local cualquiera donde la gente estaría sentada y tendría más tiempo para mirarnos. En la calle la gente se cruza y cada uno sigue viaje, sobre todo en San Martín que está lleno de bancos y oficinas y todo el mundo anda apurado con portafolios debajo del brazo. Así que seguimos hasta la esquina de Cangallo, y entonces cuando íbamos pasando delante de las vidrieras de Peuser que estaban llenas de tinteros y cosas preciosas, sentí que él no quería seguir, se hacía cada vez más pesado y por más que yo tiraba (tratando de no llamar la atención) casi no podía caminar y al final tuve que pararme delante de la última vidriera, haciéndome el que miraba los juegos de escritorio repujados en cuero. A lo mejor estaba un poco cansado, a lo mejor no era un capricho. Total, estar ahí parados no tenía nada de malo, pero igual no me gustaba porque la gente que pasaba tenía más tiempo para fijarse, y dos o tres veces me di cuenta de que alguien le hacía algún comentario a otro, o se pegaban con el codo para llamarse la atención. Al final no pude más y lo agarré otra vez, haciéndome el que caminaba con naturalidad, pero cada paso me costaba como en esos sueños en que uno tiene unos zapatos que pesan toneladas y apenas puede despegarse del suelo. A la larga conseguí que se le pasara el capricho de quedarse ahí parado, y seguimos por San Martín hasta la esquina de la Plaza de Mayo. Ahora la cosa era cruzar, porque a él no le gustaba cruzar una calle.
Es capaz de abrir la ventanilla del tranvía y tirarse, pero no le gusta cruzar la calle. Lo malo es que para llegar a la Plaza de Mayo hay que cruzar siempre alguna calle con mucho tráfico, en Cangallo y Bartolomé Mitre no había sido tan difícil pero ahora yo estaba a punto de renunciar, me pesaba terriblemente en la mano y dos veces que el tráfico se paró y los que estaban a nuestro lado en el cordón de la vereda empezaron a cruzar la calle, me di cuenta de que no íbamos a poder llegar al otro lado porque se plantaría justo en la mitad y entonces preferí seguir esperando hasta que se decidiera.
Cuanto más pensaba más me afligía, y al final tuve miedo de veras, casi como ganas de vomitar, lo juro, y en ese momento en que paró el tráfico lo agarré bien y cerré los ojos y tire para adelante doblándome casi en dos, y cuando estuvimos en la Plaza lo solté, seguí dando unos pasos solo, y después volví para atrás y hubiera querido que se muriera, que ya estuviera muerto, o que papá y mamá estuvieran muertos, y yo también al fin y al cabo, que todos estuvieran muertos y enterrados menos tía Encarnación.[...]
Yo no sé en qué momento me vino la idea de abandonarlo ahí, lo único que me acuerdo es que estaba pelándole un maní y pensando al mismo tiempo que si me hacía el que iba a tirarles algo a las palomas que andaban más lejos, sería facilísimo dar la vuelta a la pirámide y perderlo de vista. Me parece que en ese momento no pensaba volver a casa ni en la cara de papá y mamá, porque si lo hubiera pensado no habría hecho esa pavada.
Desde la otra punta de la plaza apenas se veía el banco; fue cosa de un momento cruzar a la Casa Rosada donde siempre hay dos granaderos de guardia, y por el costado me largué hasta el Paseo Colón, esa calle donde mamá dice que no deben ir los niños solos. Ya por costumbre me daba vuelta a cada momento, pero era imposible que me siguiera, lo más que podría estar haciendo sería revolcar alrededor del banco hasta que se acercara alguna señora de la beneficencia o algún vigilante.
En una de esas, yo estaba sentado en una vidriera baja de una casa de importaciones y exportaciones, y entonces me empezó a doler el estómago, no como cuando uno tiene que ir en seguida al baño, era más arriba, en el estómago verdadero, como si se me retorciera poco a poco, y yo quería respirar y me costaba, entonces tenía que quedarme quieto y esperar que se pasara el calambre, y delante de mí veía como una mancha verde y puntitos que bailaban, y la cara de papá, al final era solamente la cara de papá porque yo había cerrado los ojos, me parece, y en medio de la mancha verde estaba la cara de papá.[...]
No sé cuanto tardé en llegar otra vez a la Plaza de Mayo. A la mitad de la subida me caí pero volví a levantarme antes que nadie se diera cuenta, y crucé a la carrera entre todos los autos que pasaban por delante de la Casa Rosada. Desde lejos vi que no se había movido del banco, pero seguí corriendo y corriendo hasta llegar al banco, y me tiré como muerto mientras las palomas salían volando asustadas y la gente se daba vuelta con ese aire que toman para mirar a los chicos que corren, como si fuera un pecado. Después de un rato lo limpié un poco y dije que teníamos que volver a casa. Lo dije para oírme yo mismo y sentirme todavía más contento, porque con él lo único que servía era agarrarlo bien y llevarlo, las palabras no las escuchaba o se hacía el que no las escuchaba.
Pensaba todo el tiempo: Lo abandoné, y aunque no me había olvidado del Paseo Colón me sentía tan bien, casi orgulloso. A lo mejor otra vez... No era fácil, pero a lo mejor... Quien sabe con qué ojos me mirarían papá y mamá cuando me vieran llegar con él de la mano. Claro que estarían contentos de que yo lo hubiera llevado a pasear por el centro, los padres siempre están contentos de esas cosas.
Lo primero que contesté fue que no, que lo llevara otro, que por favor me dejaran estudiar en mi cuarto. Iba a decirles otras cosas, explicarles por qué no me gustaba tener que salir con él, pero papá dio un paso adelante y se puso a mirarme en esa forma que no puedo resistir, me clava los ojos y yo siento que se van entrando cada vez más hondo en la cara, hasta que estoy a punto de gritar y tengo que darme vuelta y contestar que sí, que claro, en seguida.
Cuando salí de mi cuarto eran las dos, y tía Encarnación dijo que podía ir a buscarlo a la pieza del fondo, donde siempre le gusta meterse por la tarde. Tía Encarnación debía darse cuenta de que yo estaba desesperado por tener que salir con él, porque me pasó la mano por la cabeza y después se agachó y me dio un beso en la frente. Sentí que me ponía algo en el bolsillo. –Para que te compres alguna cosa– me dijo al oído – Y no te olvides de darle un poco, es preferible.
Lo encontré en un rincón del cuarto, lo agarré lo mejor que pude y salimos por el patio hasta la puerta que daba al jardín de adelante. Una o dos veces sentí la tentación de soltarlo, volver adentro y decirles a papá y a mamá que él no quería venir conmigo, pero estaba seguro de que acabarían por traerlo y obligarme a ir con él hasta la puerta de calle. Nunca me habían pedido que lo llevara al centro, era injusto que me lo pidieran porque sabían muy bien que la única vez que me habían obligado a pasearlo por la vereda había ocurrido esa cosa horrible con el gato de los Alvarez. Me parecía estar viendo todavía la cara del vigilante hablando con papá en la puerta, y después papá sirviendo dos vasos de caña, y mamá llorando en su cuarto. Era injusto que me lo pidieran.
Por la mañana había llovido y las veredas de Buenos Aires están cada vez más rotas, apenas se puede andar sin meter los pies en algún charco. Yo hacía lo posible para cruzar por las partes más secas y no mojarme los zapatos nuevos, pero en seguida vi que a él le gustaba meterse en el agua, y tuve que tironear con todas mis fuerzas para obligarlo a ir de mi lado. A pesar de eso consiguió acercarse a un sitio donde había una baldosa un poco más hundida que las otras, y cuando me di cuenta ya estaba completamente empapado y tenía hojas secas por todas partes. Tuve que pararme, limpiarlo, y todo el tiempo sentía que los vecinos estaban mirando desde los jardines, sin decir nada pero mirando. No quiero mentir, en realidad no me importaba tanto que nos miraran (que lo miraran a él, y a mí que lo llevaba de paseo); lo peor era estar ahí parado, con un pañuelo que se iba mojando y llenando de manchas de barro y pedazos de hojas secas, y teniendo que sujetarlo al mismo tiempo para que no volviera a acercarse al charco.
A esa hora el tranvía viene bastante vacío, y yo rogaba que pudiéramos sentarnos en el mismo asiento, poniéndolo a él del lado de la ventanilla para que molestara menos. No es que se mueva demasiado, pero a la gente le molesta lo mismo y yo comprendo. Por eso me afligí al subir, porque el tranvía estaba casi lleno y no había ningún asiento doble desocupado.
Lo malo fue que el guarda se paró al lado del asiento donde yo lo había instalado, golpeando con una moneda en el fierro de la máquina de los boletos, y yo tuve que darme vuelta y hacerle señas de que viniera a cobrarme a mí. [...] Me tuve que levantar (y ahora dos o tres pasajeros me miraban) y acercarme al otro asiento. "Dos boletos", le dije. Cortó uno, me miró un momento, y después me alcanzó el boleto y miró para abajo, medio de reojo.
Lo peor era que a cada momento tenía que darme vuelta para ver si seguía quieto en el asiento de atrás, y con eso iba llamando la atención de algunos pasajeros.
Como a las ocho cuadras no sé por qué me pareció que la señora que iba del lado de la ventanilla se iba a bajar. Eso era lo peor, porque le iba a decir algo para que la dejara pasar, y cuando él no se diera cuenta o no quisiera darse cuenta, a lo mejor la señora se enojaba y quería pasar a la fuerza, pero yo sabía lo que iba a ocurrir en ese caso y estaba con los nervios de punta, de manera que empecé a mirar para atrás antes de llegar a cada esquina, y en una de esas me pareció que la señora estaba ya a punto de levantarse, y hubiera jurado que le decía algo porque miraba de su lado y yo creo que movía la boca. Justo en ese momento una vieja gorda se levantó de uno de los asientos cerca del mío y empezó a andar por el pasillo, y yo iba detrás queriendo empujarla, darle una patada en las piernas para que se apurara y me dejara llegar al asiento donde la señora había agarrado una canasta o algo que tenía en el suelo y ya se levantaba para salir. Al final creo que la empujé, la oí que protestaba, no sé como llegué al lado del asiento y conseguí sacarlo a tiempo para que la señora pudiera bajarse en la esquina. Entonces lo puse contra la ventanilla y me senté a su lado, tan feliz aunque cuatro o cinco idiotas me estuvieran mirando desde los asientos de adelante y desde la plataforma donde a lo mejor el chinazo les había dicho alguna cosa.
...en la plataforma de atrás oí que alguien soltaba una carcajada, pero naturalmente no quise darme vuelta, volví a pasar el brazo y sujeté la ventanilla, haciendo como que no veía...
Me hubiera gustado tanto poder entrar en una lechería y pedir un helado o un vaso de leche, pero estaba seguro que no iba a poder, que me iba a arrepentir si lo hacía entrar en un local cualquiera donde la gente estaría sentada y tendría más tiempo para mirarnos. En la calle la gente se cruza y cada uno sigue viaje, sobre todo en San Martín que está lleno de bancos y oficinas y todo el mundo anda apurado con portafolios debajo del brazo. Así que seguimos hasta la esquina de Cangallo, y entonces cuando íbamos pasando delante de las vidrieras de Peuser que estaban llenas de tinteros y cosas preciosas, sentí que él no quería seguir, se hacía cada vez más pesado y por más que yo tiraba (tratando de no llamar la atención) casi no podía caminar y al final tuve que pararme delante de la última vidriera, haciéndome el que miraba los juegos de escritorio repujados en cuero. A lo mejor estaba un poco cansado, a lo mejor no era un capricho. Total, estar ahí parados no tenía nada de malo, pero igual no me gustaba porque la gente que pasaba tenía más tiempo para fijarse, y dos o tres veces me di cuenta de que alguien le hacía algún comentario a otro, o se pegaban con el codo para llamarse la atención. Al final no pude más y lo agarré otra vez, haciéndome el que caminaba con naturalidad, pero cada paso me costaba como en esos sueños en que uno tiene unos zapatos que pesan toneladas y apenas puede despegarse del suelo. A la larga conseguí que se le pasara el capricho de quedarse ahí parado, y seguimos por San Martín hasta la esquina de la Plaza de Mayo. Ahora la cosa era cruzar, porque a él no le gustaba cruzar una calle.
Es capaz de abrir la ventanilla del tranvía y tirarse, pero no le gusta cruzar la calle. Lo malo es que para llegar a la Plaza de Mayo hay que cruzar siempre alguna calle con mucho tráfico, en Cangallo y Bartolomé Mitre no había sido tan difícil pero ahora yo estaba a punto de renunciar, me pesaba terriblemente en la mano y dos veces que el tráfico se paró y los que estaban a nuestro lado en el cordón de la vereda empezaron a cruzar la calle, me di cuenta de que no íbamos a poder llegar al otro lado porque se plantaría justo en la mitad y entonces preferí seguir esperando hasta que se decidiera.
Cuanto más pensaba más me afligía, y al final tuve miedo de veras, casi como ganas de vomitar, lo juro, y en ese momento en que paró el tráfico lo agarré bien y cerré los ojos y tire para adelante doblándome casi en dos, y cuando estuvimos en la Plaza lo solté, seguí dando unos pasos solo, y después volví para atrás y hubiera querido que se muriera, que ya estuviera muerto, o que papá y mamá estuvieran muertos, y yo también al fin y al cabo, que todos estuvieran muertos y enterrados menos tía Encarnación.[...]
Yo no sé en qué momento me vino la idea de abandonarlo ahí, lo único que me acuerdo es que estaba pelándole un maní y pensando al mismo tiempo que si me hacía el que iba a tirarles algo a las palomas que andaban más lejos, sería facilísimo dar la vuelta a la pirámide y perderlo de vista. Me parece que en ese momento no pensaba volver a casa ni en la cara de papá y mamá, porque si lo hubiera pensado no habría hecho esa pavada.
Desde la otra punta de la plaza apenas se veía el banco; fue cosa de un momento cruzar a la Casa Rosada donde siempre hay dos granaderos de guardia, y por el costado me largué hasta el Paseo Colón, esa calle donde mamá dice que no deben ir los niños solos. Ya por costumbre me daba vuelta a cada momento, pero era imposible que me siguiera, lo más que podría estar haciendo sería revolcar alrededor del banco hasta que se acercara alguna señora de la beneficencia o algún vigilante.
En una de esas, yo estaba sentado en una vidriera baja de una casa de importaciones y exportaciones, y entonces me empezó a doler el estómago, no como cuando uno tiene que ir en seguida al baño, era más arriba, en el estómago verdadero, como si se me retorciera poco a poco, y yo quería respirar y me costaba, entonces tenía que quedarme quieto y esperar que se pasara el calambre, y delante de mí veía como una mancha verde y puntitos que bailaban, y la cara de papá, al final era solamente la cara de papá porque yo había cerrado los ojos, me parece, y en medio de la mancha verde estaba la cara de papá.[...]
No sé cuanto tardé en llegar otra vez a la Plaza de Mayo. A la mitad de la subida me caí pero volví a levantarme antes que nadie se diera cuenta, y crucé a la carrera entre todos los autos que pasaban por delante de la Casa Rosada. Desde lejos vi que no se había movido del banco, pero seguí corriendo y corriendo hasta llegar al banco, y me tiré como muerto mientras las palomas salían volando asustadas y la gente se daba vuelta con ese aire que toman para mirar a los chicos que corren, como si fuera un pecado. Después de un rato lo limpié un poco y dije que teníamos que volver a casa. Lo dije para oírme yo mismo y sentirme todavía más contento, porque con él lo único que servía era agarrarlo bien y llevarlo, las palabras no las escuchaba o se hacía el que no las escuchaba.
Pensaba todo el tiempo: Lo abandoné, y aunque no me había olvidado del Paseo Colón me sentía tan bien, casi orgulloso. A lo mejor otra vez... No era fácil, pero a lo mejor... Quien sabe con qué ojos me mirarían papá y mamá cuando me vieran llegar con él de la mano. Claro que estarían contentos de que yo lo hubiera llevado a pasear por el centro, los padres siempre están contentos de esas cosas.
Julio Cortazar
“Después del Almuerzo” en Ceremonias, Ed. Planeta, España, 1983
Enfermedad de Huntington
Es un trastorno en el cual las neuronas en ciertas partes del cerebro se desgastan o se degeneran. La enfermedad se transmite de padres a hijos.
Causas
La enfermedad de Huntington es causada por un defecto genético en el cromosoma N.° 4. El defecto hace que una parte del ADN ocurra muchas más veces de las debidas. El defecto se llama repetición CAG. Normalmente, esta sección del ADN se repite de 10 a 28 veces, pero en una persona con la enfermedad de Huntington, se repite de 36 a 120 veces.
A medida que el gen se transmite de padres a hijos, el número de repeticiones tiende a ser más grande. Cuanto mayor sea el número de repeticiones, mayor será la posibilidad de que una persona presente síntomas a una edad más temprana. Por lo tanto, como la enfermedad se transmite de padres a hijos, los síntomas se desarrollan a edades cada vez más tempranas.
Hay dos formas de la enfermedad de Huntington:
•La más común es la de aparición en la edad adulta. Las personas con esta forma de la enfermedad generalmente presentan síntomas a mediados de la tercera y cuarta década de sus vidas.
•Una forma de la enfermedad de Huntington de aparición temprana representa un pequeño número de personas y se inicia en la niñez o en la adolescencia.
Si uno de sus padres tiene la enfermedad de Huntington, usted tiene un 50% de probabilidad de recibir el gen.
Si usted recibe el gen de sus padres, también puede transmitir el gen a sus hijos, quienes también tendrán un 50% de probabilidades de heredar el gen.
Si usted no recibe el gen de sus padres, no es posible que pueda pasar el gen a sus hijos.
Síntomas
Los cambios de comportamiento pueden ocurrir antes de los problemas de movimiento y pueden incluir:
•Comportamientos antisociales
•Alucinaciones
•Irritabilidad
•Malhumor
•Inquietud o impaciencia
•Paranoia
•Psicosis
Los movimientos anormales e inusuales incluyen:
•Movimientos faciales, incluso muecas
•Girar la cabeza para cambiar la posición de los ojos
•Movimientos espasmódicos rápidos y súbitos de los brazos, las piernas, la cara y otras partes del cuerpo
•Movimientos lentos e incontrolables
•Marcha inestable
Demencia que empeora lentamente, incluso:
•Desorientación o confusión
•Pérdida de la capacidad de discernimiento
•Pérdida de la memoria
•Cambios de personalidad
•Cambios en el lenguaje
Los síntomas adicionales que pueden estar asociados con esta enfermedad son:
•Ansiedad, estrés y tensión
• Dificultad para deglutir
•Deterioro del habla
Síntomas en los niños:
•Rigidez
•Movimientos lentos
•Temblor
Pruebas y exámenes
El médico llevará a cabo un examen físico y puede hacer preguntas acerca de los síntomas y los antecedentes familiares del paciente. También se llevará a cabo un examen del sistema nervioso. El médico puede ver signos de:
•Demencia
•Movimientos anormales
•Reflejos anormales
•Marcha amplia y con "pavoneo"
•Lenguaje dubitativo o articulación deficiente
Otros exámenes que pueden mostrar signos de enfermedad de Huntington son:
•Pruebas psicológicas
•Resonancia magnética o tomografía computarizada de la cabeza
•TEP (isótopos) del cerebro
Hay disponibilidad de pruebas genéticas para determinar si una persona es portadora del gen de la enfermedad de Huntington.
Tratamiento
No existe cura para la enfermedad de Huntington y no hay una forma conocida de detener el empeoramiento de la enfermedad. El objetivo del tratamiento es reducir los síntomas y ayudar a la persona a valerse por sí misma por el mayor tiempo posible.
Se pueden recetar medicamentos según los síntomas.
•Los bloqueadores de la dopamina pueden ayudar a reducir los comportamientos y movimientos anormales.
•Medicamentos como tetrabenazina y amantidina se usan para tratar de controlar los movimientos adicionales.
La depresión y el suicidio son comunes entre las personas con enfermedad de Huntington. Es importante que los cuidadores vigilen los síntomas y busquen ayuda médica para la persona de inmediato.
A medida que la enfermedad progrese, la persona necesitará asistencia y supervisión. Con el paso del tiempo, es posible que requiera atención durante las 24 horas.
Expectativas (pronóstico)
La enfermedad de Huntington causa discapacidad que empeora con el tiempo. Las personas que padecen esta enfermedad generalmente mueren al cabo de 15 a 20 años. Con frecuencia, la causa de la muerte es una infección. El suicidio también es común.
Es importante tener en cuenta que la enfermedad afecta a todas las personas de manera diferente. El número de copias o repeticiones CAG del gen puede determinar la gravedad de los síntomas. Las personas con pocas copias o repeticiones pueden tener movimientos anormales leves más tarde en la vida y progresión lenta de la enfermedad. Aquellas con un número mayor de repeticiones pueden resultar gravemente afectadas a una edad temprana.
¿Cuándo contactar a un profesional médico?
Consulte con el médico si usted o un miembro de la familia presenta síntomas de este trastorno.
Prevención
Se aconseja la asesoría genética si existen antecedentes familiares de la enfermedad de Huntington. Los expertos también recomiendan la asesoría genética para parejas con antecedentes familiares de esta enfermedad que estén contemplando la posibilidad de tener hijos.
Fuente: https://medlineplus.gov/spanish/ency/article/000770.htm
Causas
La enfermedad de Huntington es causada por un defecto genético en el cromosoma N.° 4. El defecto hace que una parte del ADN ocurra muchas más veces de las debidas. El defecto se llama repetición CAG. Normalmente, esta sección del ADN se repite de 10 a 28 veces, pero en una persona con la enfermedad de Huntington, se repite de 36 a 120 veces.
A medida que el gen se transmite de padres a hijos, el número de repeticiones tiende a ser más grande. Cuanto mayor sea el número de repeticiones, mayor será la posibilidad de que una persona presente síntomas a una edad más temprana. Por lo tanto, como la enfermedad se transmite de padres a hijos, los síntomas se desarrollan a edades cada vez más tempranas.
Hay dos formas de la enfermedad de Huntington:
•La más común es la de aparición en la edad adulta. Las personas con esta forma de la enfermedad generalmente presentan síntomas a mediados de la tercera y cuarta década de sus vidas.
•Una forma de la enfermedad de Huntington de aparición temprana representa un pequeño número de personas y se inicia en la niñez o en la adolescencia.
Si uno de sus padres tiene la enfermedad de Huntington, usted tiene un 50% de probabilidad de recibir el gen.
Si usted recibe el gen de sus padres, también puede transmitir el gen a sus hijos, quienes también tendrán un 50% de probabilidades de heredar el gen.
Si usted no recibe el gen de sus padres, no es posible que pueda pasar el gen a sus hijos.
Síntomas
Los cambios de comportamiento pueden ocurrir antes de los problemas de movimiento y pueden incluir:
•Comportamientos antisociales
•Alucinaciones
•Irritabilidad
•Malhumor
•Inquietud o impaciencia
•Paranoia
•Psicosis
Los movimientos anormales e inusuales incluyen:
•Movimientos faciales, incluso muecas
•Girar la cabeza para cambiar la posición de los ojos
•Movimientos espasmódicos rápidos y súbitos de los brazos, las piernas, la cara y otras partes del cuerpo
•Movimientos lentos e incontrolables
•Marcha inestable
Demencia que empeora lentamente, incluso:
•Desorientación o confusión
•Pérdida de la capacidad de discernimiento
•Pérdida de la memoria
•Cambios de personalidad
•Cambios en el lenguaje
Los síntomas adicionales que pueden estar asociados con esta enfermedad son:
•Ansiedad, estrés y tensión
• Dificultad para deglutir
•Deterioro del habla
Síntomas en los niños:
•Rigidez
•Movimientos lentos
•Temblor
Pruebas y exámenes
El médico llevará a cabo un examen físico y puede hacer preguntas acerca de los síntomas y los antecedentes familiares del paciente. También se llevará a cabo un examen del sistema nervioso. El médico puede ver signos de:
•Demencia
•Movimientos anormales
•Reflejos anormales
•Marcha amplia y con "pavoneo"
•Lenguaje dubitativo o articulación deficiente
Otros exámenes que pueden mostrar signos de enfermedad de Huntington son:
•Pruebas psicológicas
•Resonancia magnética o tomografía computarizada de la cabeza
•TEP (isótopos) del cerebro
Hay disponibilidad de pruebas genéticas para determinar si una persona es portadora del gen de la enfermedad de Huntington.
Tratamiento
No existe cura para la enfermedad de Huntington y no hay una forma conocida de detener el empeoramiento de la enfermedad. El objetivo del tratamiento es reducir los síntomas y ayudar a la persona a valerse por sí misma por el mayor tiempo posible.
Se pueden recetar medicamentos según los síntomas.
•Los bloqueadores de la dopamina pueden ayudar a reducir los comportamientos y movimientos anormales.
•Medicamentos como tetrabenazina y amantidina se usan para tratar de controlar los movimientos adicionales.
La depresión y el suicidio son comunes entre las personas con enfermedad de Huntington. Es importante que los cuidadores vigilen los síntomas y busquen ayuda médica para la persona de inmediato.
A medida que la enfermedad progrese, la persona necesitará asistencia y supervisión. Con el paso del tiempo, es posible que requiera atención durante las 24 horas.
Expectativas (pronóstico)
La enfermedad de Huntington causa discapacidad que empeora con el tiempo. Las personas que padecen esta enfermedad generalmente mueren al cabo de 15 a 20 años. Con frecuencia, la causa de la muerte es una infección. El suicidio también es común.
Es importante tener en cuenta que la enfermedad afecta a todas las personas de manera diferente. El número de copias o repeticiones CAG del gen puede determinar la gravedad de los síntomas. Las personas con pocas copias o repeticiones pueden tener movimientos anormales leves más tarde en la vida y progresión lenta de la enfermedad. Aquellas con un número mayor de repeticiones pueden resultar gravemente afectadas a una edad temprana.
¿Cuándo contactar a un profesional médico?
Consulte con el médico si usted o un miembro de la familia presenta síntomas de este trastorno.
Prevención
Se aconseja la asesoría genética si existen antecedentes familiares de la enfermedad de Huntington. Los expertos también recomiendan la asesoría genética para parejas con antecedentes familiares de esta enfermedad que estén contemplando la posibilidad de tener hijos.
Fuente: https://medlineplus.gov/spanish/ency/article/000770.htm
sábado, 20 de mayo de 2017
¡¡¡La fiesta de los CEROS!!!
Una noche se organizó ¡¡la fiesta de los "ceros"!! A medida que avanzaba la velada iban llegando los invitados:
a). Llega el 10 y lo atajan en la puerta; el 10 les dice:
-Hey, qué onda!, acaso no puedo andar con bastón?
b). Llega el 101 y cuando lo atajan dice:
-Eh loco, no ves que ando con muletas?
c). Llega el 7 y cuando lo atajan dice:
-Bah, es que pensé que era una fiesta de disfraces...
d). Llega el infinito y le dicen:
-Ah, no! usted si que no entra.
Y el infinito responde indignado:
-Desgraciado! nos discriminás por ser siameses!!
e). Llega el 1 y le dicen:
-Y usted?
Responde:
-Es que me puse a dieta...
f). Llega el 8 y le dicen:
-Usted si que no entra, y no me diga que viene disfrazado!
El 8 dice:
-No, yo soy un 0, pero me puse cinturón...
g). Llega el 6 y antes que lo atajen dice:
-Que pasa? No te gustan los Punks?
h). Llega el 40 y dice:
-Qué garrón!! Yo pensé que podía traer a mi novia...
i). Llega el 9 y le dicen:
-Señor, disculpe usted. Si quiere entrar, súbase el cierre del pantalón!!!
a). Llega el 10 y lo atajan en la puerta; el 10 les dice:
-Hey, qué onda!, acaso no puedo andar con bastón?
b). Llega el 101 y cuando lo atajan dice:
-Eh loco, no ves que ando con muletas?
c). Llega el 7 y cuando lo atajan dice:
-Bah, es que pensé que era una fiesta de disfraces...
d). Llega el infinito y le dicen:
-Ah, no! usted si que no entra.
Y el infinito responde indignado:
-Desgraciado! nos discriminás por ser siameses!!
e). Llega el 1 y le dicen:
-Y usted?
Responde:
-Es que me puse a dieta...
f). Llega el 8 y le dicen:
-Usted si que no entra, y no me diga que viene disfrazado!
El 8 dice:
-No, yo soy un 0, pero me puse cinturón...
g). Llega el 6 y antes que lo atajen dice:
-Que pasa? No te gustan los Punks?
h). Llega el 40 y dice:
-Qué garrón!! Yo pensé que podía traer a mi novia...
i). Llega el 9 y le dicen:
-Señor, disculpe usted. Si quiere entrar, súbase el cierre del pantalón!!!
lunes, 1 de mayo de 2017
¡FELIZ DÍA DEL TRABAJO!
En la mayoría de los países del mundo se celebra hoy, 1 de mayo, el Día del Trabajador o Día del Trabajo, en homenaje a los llamados Mártires de Chicago, grupo de sindicalistas anarquistas que fueron ejecutados en 1886.
Ese mismo año, la "Noble Order of the Knights of Labor", una organización de trabajadores, logró que el sector empresarial cediese ante la presión de las huelgas por todo el país.
El presidente de Estados Unidos, Andrew Johnson, promulgó la "Ingersoll", la norma que se recuerda como una de las reivindicaciones básicas de los trabajadores: "la jornada de 8 horas diarias".
El “Día Internacional del Trabajo” o “Primero de Mayo”, es la fecha en que se rinde homenaje a todos los hombres y mujeres que cumplen con una esencial norma de vida, con anónimo esfuerzo, en las distintas actividades, logrando con su labor cotidiana, fortalecer el espíritu, forjar el carácter, y sentirse digno ante la familia y la sociedad en la que se inserta.
"El trabajo aleja de nosotros tres grandes males: el aburrimiento, el vicio y la necesidad"
Voltaire
Ese mismo año, la "Noble Order of the Knights of Labor", una organización de trabajadores, logró que el sector empresarial cediese ante la presión de las huelgas por todo el país.
El presidente de Estados Unidos, Andrew Johnson, promulgó la "Ingersoll", la norma que se recuerda como una de las reivindicaciones básicas de los trabajadores: "la jornada de 8 horas diarias".
El “Día Internacional del Trabajo” o “Primero de Mayo”, es la fecha en que se rinde homenaje a todos los hombres y mujeres que cumplen con una esencial norma de vida, con anónimo esfuerzo, en las distintas actividades, logrando con su labor cotidiana, fortalecer el espíritu, forjar el carácter, y sentirse digno ante la familia y la sociedad en la que se inserta.
"El trabajo aleja de nosotros tres grandes males: el aburrimiento, el vicio y la necesidad"
Voltaire
Suscribirse a:
Entradas (Atom)