En Dinamarca llueve casi todo el año, oscurece a las tres de la tarde y los impuestos se llevan hasta el 60 por ciento de los sueldos. Sin embargo, los daneses son las personas más felices del mundo.
¿Cómo lo hacen? El secreto está en el hygge (pronúnciese hoo-ga), un término intraducible que expresa el sentimiento de sentirse bien en un hogar cómodo, calmo y cálido y que alumbra un nuevo fenómeno editorial que pronto llegará a la Argentina: en España, donde escribo esta columna durante mis vacaciones, las librerías están inundadas de manuales de autoayuda para recrear un living nórdico en Malasaña o en Villa Crespo (algunos, con títulos tan inequívocos como Feliz como un danés) con el propósito de copiar las recetas domésticas que hicieron de Dinamarca el país con mejor calidad de vida.
Si hasta el año pasado la terapia del orden era el furor de los que buscan la armonía de entrecasa en un best seller, ahora el hygge se propone como el camino más corto hacia la felicidad: literalmente, yendo de la cama al living.
Ahí donde un mandato típico de cualquier gurú contemporáneo exija "salir de la zona de confort", el hygge propone exactamente lo contrario: convertir la casa de uno en un santuario de comodidad... y quedarse ahí. "El hygge tuvo distintas interpretaciones, desde el arte de crear intimidad o calidez en el alma hasta obtener placer de los objetos sedantes.
La mía es tomar chocolate a la luz de las velas.", escribe Meik Wiking, director del Instituto de Investigación de la Felicidad en Copenhague y autor de La felicidad en las pequeñas cosas, un enorme éxito editorial que integra la lista de los diez libros más vendidos del Times desde hace meses.
Embarcado en un frenesí de consumismo, el mundo quiere aprender a vivir como los daneses: según los libros, alcanza con iluminar con velas, tomar infusiones calientes, poner plantas en todos los ambientes, dejar los zapatos en la entrada, calentar con fuego a leña, cocinar pastelitos dulces, rodearse de objetos simples y reunirse con amigos. Para mí, ningún hallazgo. Aunque parece que funciona, a pesar de las críticas.
Según el periodista inglés Michael Booth, que vivió en todos los países nórdicos para desentrañar los misterios del milagroso bienestar escandinavo, es fácil dedicarse a las velas y las plantitas cuando el Estado asegura las necesidades básicas y el ciudadano promedio no tiene que preocuparse por la inflación, el desempleo o la inseguridad. Para Booth, más que comodidad plácida el hygge resume el peor tipo de conformismo (aquel que alumbra a burgueses asustados) y Copenhague es la ciudad más aburrida del planeta aunque insista, con poco éxito, en promocionarse como "la Ibiza del mar Báltico".
Aun desconfiado de las soluciones mágicas, llevo para Buenos Aires algunos consejos nórdicos que imitan los españoles (todos los que visiten mi casa deberán sacarse los zapatos y pondré un helecho en la mesada del baño, me propongo). Si es cierto que la felicidad está en las pequeñas cosas, y a pesar de que Copenhague esté a años luz de cualquier ciudad de perros, reclamo para mí el derecho a ser feliz como un gran danés.
CINCO CONCEPTOS PARA APLICAR EL HYGGE EN EL HOGAR
Simpleza: A tono con la terapia del orden, el hygge postula que debe haber pocos elementos en la casa, pero todos de un significado emocional importante.
Texturas: Se declara la guerra a lo sintético y se apuesta por maderas, lanas, pieles o cueros y una iluminación a vela. Ojo: ¡todo es altamente inflamable!
Hobbies: Una filosofía construida alrededor del sedentarismo doméstico no puede quedarse sin nada que hacer. Se recomiendan el ajedrez, el tejido o los juegos de mesa.
Pijamas: En contra del fashionismo, un vestuario de andar por casa: pijamas, jogginetas, remeras raídas y pantuflas porque en un hogar con hygge no se entra con zapatos.
Lentitud: Una vida ralentizada: baños de inmersión de media hora o largas tardes dedicadas a la lectura, como una postura opuesta al vértigo de la vida moderna.
Por Nicolás Artusi. Para LA NACION.
(Jorge L. Icardi, Reportero Internacional...)
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