Apio verde tu yu
La familia Derroditis era una familia normal, de esas tantas que habitan el conurbano bonaerense. Bueno, para mejor decir, casi normal.
Estaba integrada por un matrimonio, constituido por Petunia y Zenón, y un hijo, Edgar Augusto.
La vida de los Derroditis transcurría sin sobresaltos. Zenón trabajaba como capataz en una fábrica, Petunia salía a barrer la vereda, y pasaba revista a las últimas informaciones sobre las vidas de todos los vecinos del barrio, y hasta de la ciudad. Edgar Augusto, ya en plena adolescencia, buscaba definir su vocación. Ingresó primeramente al Colegio Industrial, quería ser técnico en electrónica. Luego de dejar a oscuras el vecindario, y de estar a punto de hacer volar el colegio con sus experimentos, reconoció que la electrónica no era su fuerte.
Una mañana, Edgar Augusto sorprendió a sus padres con una nueva buena:
-¡Ya está! ¡Ya está! ¡Encontré mi verdadera vocación! Papá, Mamá, voy a ingresar en la Armada.
Petunia y Zenón se miraron asombrados. Petunia echó a volar su frondosa imaginación, y de inmediato expresó:
-¡Edgar Augusto, hijo mío! ¡Qué emocionada y orgullosa me pone tu decisión! Ya me parece verte, ya veo los titulares de los diarios... “Hoy llega a la Argentina, luego de un largo periplo, el buque insignia de la Armada al mando del noble y valeroso Almirante Edgar Augusto Derroditis”.
-Si vieja, y como todo buen marino, tendrá una mujer en cada puerto –Agregó entusiasmado Zenón.
Una noche, Cupido puso en el camino del joven a Cintia, la mujer que siempre había soñado. Orgulloso la llevó a su casa, para presentársela a sus padres.
La tarde de la presentación, Petunia y Zenón estaban tomando mate, y escuchando unos tangos. Ni sospechaban que aquel día iba a ser imborrable. Cuando de pronto se abrió la puerta e hizo su ingreso Edgar Augusto con su adorada Cintia, el matrimonio Derroditis quedó visiblemente impactado. Zenón casi se traga la bombilla, y Petunia debió ser auxiliada con premura, dado que se atragantó con una tortita negra.
Edgar Augusto era por sobre todas las cosas, un hombre práctico. No le seducía tener una mujer en cada puerto, y por ello optó por una cuyo “peso y volumen”, diera un “peso específico” igual al de tener un seleccionado de chicas en varios puertos del mundo.
A Petunia, le caía más que “pesada” la novia del nene, y más que pesado se puso el ambiente en el hogar de los Derroditis. Cada conversación que se orientaba hacia el tema del noviazgo de Edgar, terminaba en acciones bélicas.
¡Perdón!... ¡No estoy exagerando! Cualquiera que pasaba a saludar, podía ver, una silla en vuelo rasante entre la cocina y el baño; una radio con sermón del Pastor Jiménez incluido, volando en dirección a una casa vecina, zapatos, libros, ollas, y hasta la bolsa de ruleros de Petunia, convertidos en certeros misiles tierra-aire.
Un día, Edgar Augusto decidió poner coto a tan incómoda situación. Tomaba unos mates y comentaba:
-¡La cosa acá en casa va de mal en peor! Leonardo me tenés que ayudar; quiero sacarme este problema de encima...
Petunia venía de la terraza bajando las escaleras. Al percibir que su hijo conversaba con un amigo, no pudo con su genio, y se puso a escuchar...
-Imaginate Leo, de esa forma la "reviento", y ya nunca más va a poder decirme nada.
-Verdaderamente, tu vieja no se imaginaría jamás semejante sorpresa –afirmaba Leonardo.
-¿Quienes nos pueden ayudar para este trabajito? –preguntó de pronto Edgar.
-Juanito, mi amigo que trabaja con papel reciclado. Puede inmortalizar a tu vieja en una tarjeta de papel hecho a mano. ¡Ahhh!, también el doctor Fugazzetta. Te consta que el gordo con el cuchillo es todo un cirujano.
Petunia a estas alturas, estaba más blanca que el papel que manufacturaba el amigo de Leonardo. No podía creer lo que estaba escuchando, y de inmediato puso al tanto de los acontecimientos a su esposo:
-¡Los oí, los oí Zenón! ¡Quieren liquidarme! Yo sé lo que te digo, tu hijo y sus amigos son una manga de facinerosos.
-Debe haber una confusión Petunia. Tranquilizate –decía Zenón, mientras le daba un mate.
-¡Tranquilizarme! ¡Cómo puedo estar tranquila, si quieren convertirme en una tarjeta de papel reciclado!
Dos días después, cerca de las siete de la tarde, Petunia regresaba del supermercado. Al acercarse a la puerta escuchó que su hijo conversaba con alguien...
-¡Fantástico Juanito! Explicame, ¿cómo hacés este trabajo?
-¡Juanito! ¡Dios me libre y me guarde, es el del papel hecho a mano! –decía Petunia aterrada.
-Primero, la rompo en pedacitos...
-¿Cómo la rompés? –interrumpió intrigado Edgar Augusto.
-Con las manos. No me gusta usar tijeras; prefiero la fuerza y precisión de mis manos.
Un frío helado recorrió a Petunia. Estaba paralizada, quería salir corriendo, pero no atinaba a nada. Entretanto, Juanito proseguía:
-Lleno la bañera hasta la mitad, y sumerjo en el agua el picadillo. Le echo un preparado elaborado con unos químicos, y lo dejo veinticuatro horas hasta que se convierta en una pasta...
-Pero... Permítame una preguntita, ¿y la cara de mi señora? ¿No va a aparecer en la tarjeta?
Petunia al oír esa voz quedó anonadada...
-¡Viejo traidor! ¡Estoy rodeada!
-No se preocupe don Zenón, soy todo un artista. El sábado usted tendrá en sus manos, una tarjeta de salutación con el rostro de la patrona sonriente en el frente –explicaba Juanito.
Esa misma noche, Edgar Augusto informó a sus padres que el sábado, haría en casa un asado con sus amigos. Petunia dejando volar su frondosa imaginación, y alterada por los acontecimientos, se veía asada vuelta y vuelta en la parrilla. Zenón la convidó con un mate. Ella lo aceptó, pero mirando el paquete de yerba que estaba sobre la mesa, no pudo evitar imaginar que tenía por etiqueta, una calavera cruzada por dos huesos. Padre e hijo se miraban estupefactos, mientras Petunia tirando el mate, salía huyendo despavorida.
Y llegó nomás el sábado en cuestión. Desde hora temprana empezaron a arribar los amigos de Edgar Augusto, Trayendo cada uno misteriosas cajas que subían a la terraza. Petunia, atrincherada en la habitación, oía risas y que se empezaban a afilar los cuchillos. Con total determinación abandonó su encierro, y se acercó a la escalera para escuchar que tramaban...
-Con una incisión precisa a esta altura, solucionado el problema...
-¿Estás seguro Fugazzetta? –preguntó Edgar Augusto.
-¡No te voy a permitir que dudes de mi palabra! ¡Vos sabrás mucho de corbetas misilísticas, pero no me vas a enseñar a mí como cortar una media res! ¡Traé ahora mismo esa vaquillona! –respondió enérgicamente Fugazzetta.
-¡Vaquillona! ¡Grosero sinvergüenza! ¡Tratarme de vaquillona, se nota que no te mirás al espejo hace rato! –dijo indignada Petunia, y encarando hacia la terraza agregó:
¡Esto se terminó! ¡Ahora van a saber quien es Petunia Derroditis!
Cuando iba a subir, vio a su hijo que sonriente bajaba. Al mirar hacia un costado, advirtió que saliendo de la cocina, se acercaba hacia ella Zenón, con una pala en una mano y una bolsa de consorcio en la otra.
Padre e hijo se miraban desconcertados, mientras Petunia picaba en punta hacia la calle gritando a viva voz:
-¡Socorrooo! ¡Auxiliooo! ¡Quieren asesinarme! ¡Estoy rodeada por una banda de salvajes descuartizadores! ¡Socorrooo!
Al instante la tranquilidad del barrio se vio totalmente alterada. Periodistas por doquier; móviles policiales; carros de asalto; el grupo “Halcón” y el “GEOF” tomaban posición en los techos vecinos; un juez federal y hasta un fiscal, estaban al frente de aquel gigantesco operativo.
Hoy es sábado, ya llevamos una semana encerrados en la cárcel de Devoto. Mientras yo estoy escribiendo; Fugazzetta y Juanito miran a través de los barrotes, el partido de fútbol de General Lamadrid; Zenón ceba mate y lee los diarios, y Edgar Augusto repite una y otra vez:
-¡Yo sólo quería festejarle el cumpleaños!... ¡Yo sólo quería festejarle el cumpleaños!... ¡Quien me habrá mandado organizarle una fiesta sorpresa!...
-Dejá de hacerte drama Edgar –le dije, la fiesta sorpresa de cumpleaños para tu madre ya es historia. Ahora debemos pensar cómo vamos a librarnos de los cargos de asociación ilícita, privación ilegítima de la libertad, amenazas reiteradas, maltrato y tormentos psicológicos.
Zenón al oírme decir esto, dejó de leer, terminó el mate, y mirándo entre incrédulo y asombrado, me dijo:
-Permitime una preguntita estimado Leonardo. Esos fulanos de los que estás hablando... ¿Son políticos del oficialismo, o de la oposición?
Leo Lígori
lunes, 18 de agosto de 2008
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