La Requete Recontra Revolución de Mayo
La Historia Argentina está llena de relatos y situaciones, a menudo sorprendentes. Un ejemplo de ello, son las circunstancias que enmarcaron los episodios de mayo de 1810. Los artífices de la Revolución, los personajes que tomaron parte de la misma, el Virrey, ¿existieron en realidad?
Una exhaustiva y retorcida investigación de documentos y archivos, nos permite hoy día afirmar, que hubo muchos que no fueron quienes dijeron ser. Entre ellos, French y Beruti, quienes en realidad, fueron los inefables, inigualables, y siempre vigentes FRESCO y BATATA.
A continuación haremos un rápido repaso por los sucesos de la Semana de Mayo, basándonos en el legado de éstos “ilustres caballeros”.
Era la madrugada del 19 de mayo. En la oscura y fría noche otoñal, Fresco se dirigía presuroso a la casa de su amigo Batata. Al llegar, irrumpió gritando:
- ¡Batataaaa!, ¡batataaaa!
- ¡Acaso te habéis vuelto loco Fresco! ¡Qué son esos alaridos! ¡Aún no ha amanecido!
-respondió exaltado Batata.
- Ya lo sé Batata, pero debés enterarte de esto che. Napoleón invadió España, tomó Andalucía, disolvió la Corte de Sevilla, y sitió Cádiz. Se dice que Fernando VII ya está en cana, y que han puesto nuevo Rey.
- ¡Insensato! ¡Para eso me habéis despertado! ¡todo eso podría haberlo visto en la mañana por CRÓNICA T.V!
- Vamos Batata, dejá de protestar y levantate, que los muchachos se van a reunir en lo del “loco”.
- ¿En lo del “loco”? ¿Qué loco? -preguntó extrañado Batata.
- Vieytes querido Batata, en la Jabonería de Vieytes.
Y hacia la Jabonería de Hipólito Vieytes se dirigieron Fresco y Batata. En ese lugar, junto a otros selectos hombres de la sociedad de Buenos Aires, analizaban los acontecimientos acaecidos en la Península Ibérica, y pasaban largas horas deliberando sobre los cursos de acción a seguir.
- Bueno señores. Concretemos. Ya es tiempo que decidamos que hacer con Baltasar -dijo repentinamente Vieytes.
- Para “Reyes” todavía falta mucho, mi estimado Hipólito -respondió Castelli.
- ¡Qué dice Castelli! ¡Yo estoy hablando del Virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros! ¡Qué hacemos! ¡Lo derrocamos o no! A ver usted amigo Batata, dígame, ¿qué propone?
- Yo querido Hipólito, qué quiere que le diga. A estas alturas, luego de casi veintinueve horas de discusión; luego de habernos tomado cuarenta botellas de caña entre los ocho, y teniendo en cuenta que queda sólo una, ¡ma’ si, destápela!
- ¡No, mejor no Hipólito! ¡No abra esa botella!. Es preferible que vayamos a dormir un poco, analicemos lo conversado, y mañana más descansados decidamos que hacer -señaló Fresco, al tiempo que con esfuerzo conseguía incorporarse, y se retiraba de la jabonería haciendo “eses” junto con su inseparable amigo Batata.
Ya un tanto repuestos, merced a los buenos oficios de un persistente viento frío y el rocío de la madrugada de Buenos Aires, reflexionaban sobre lo acontecido en la Jabonería de Vieytes.
- La verdad Batata, ¡qué manera de tomar caña! ¡Una barbaridad! ¡Nos tomamos todo! Y ahora, qué te parece, ¿qué hacemos?
- Pues, en vista de que a esta hora de la noche, no hay “remiserías” abiertas, tomemos una diligencia.
- ¡Noo, pará Batata! ¡Tomamos mucha caña! ¡Mejor no mezclar!
Llegamos al día 22 de mayo. Las noticias que llegaban desde España, hacían imperiosa la toma de una decisión sobre la legitimidad de la autoridad del Virrey Cisneros. Por ello, para este día se convocó a un Cabildo Abierto o Congreso Público; el cual con la participación de los Alcaldes, Regidores, y principales vecinos, se abocó a tratar la cuestión.
Las deliberaciones comenzaron con la palabra del Obispo de Buenos Aires, Benito de Lué. El prelado expresó su postura a favor de la continuidad en su cargo del Virrey Cisneros, y reafirmó la soberanía del Rey, sobre las posesiones de España en América.
A su turno, Castelli refutó la opinión del Obispo, exponiendo que dado que el Rey había caducado, también lo había hecho el dominio sobre las posesiones ultramarinas que le fuera conferido por los Pontífices. Por esto, el pueblo debía asumir la soberanía, e instaurar un nuevo gobierno.
El Fiscal de la Real Audiencia Manuel Genaro Villota, tomó entonces la palabra, desestabilizando la posición de los revolucionarios.
Castelli de inmediato salió a replicarle:
- No embarrés la cancha gallego. ¡Queremos un gobierno patrio!
- ¡Mucho cuidado, como se dirige a mí! ¡Incivil! -contestó el Fiscal.
- ¡Qué me dijiste! ¡Retractate, o te meto un zapatazo en la cabeza!
- Tranquilo Castelli. En el fragor del debate, siempre un roce puede haber -acotó Vieytes.
- ¡Que se retracte, o la liga! -insistía Castelli.
- ¡Silencio gamberro! -repuso Villota.
- Bueno, tampoco era para tanto. Sólo le pedí que se retractara, no que me pusiera un “título nobiliario” -respondió satisfecho Castelli.
- ¡De qué título nobiliario está hablando Castelli! Villota le acaba de decir grosero y mal educado -señaló Vieytes.
- ¡Todo eso me dijo este tipo! ¡No me agarren! ¡No me agarren! ¡Que lo corro hasta Chuquisaca!
En esos términos, en esos cordiales términos, continuó desarrollándose la Asamblea, la que se extendió hasta la tarde del día 23. Esa tarde el Cabildo burlando la voluntad del pueblo, nombró una Junta de Gobierno compuesta por cuatro miembros, presidida por el Virrey Cisneros.
El día 24 de mayo, se informó al pueblo de la resolución adoptada por el Cabildo. La misma provocó la indignación popular. La gente comenzó a reunirse en la Plaza Mayor, y a exigir enérgicamente la renuncia del Virrey Cisneros y los miembros de la Junta.
Fresco y Batata, como no podía ser de otra manera, estaban al frente de la movilización. En la madrugada del 25, la vida los enfrentó a una nueva disyuntiva.
- Fresco, las cintas que vamos a repartir mañana, van a ser celestes y blancas, ¿verdad?
-preguntó Batata.
- De ninguna manera Batata, deben ser rojas, en honor al “Rey de Copas”. ¡Dale rooojo! ¡Dale rooojo!
- ¡Alto ahí cavernícola! ¡Serán celestes y blancas! En tributo a la gloriosa Academia Racing Club.
- Pará, pará Batata. No discutamos más. Partamos la diferencia, dame una celeste tuya, y una roja mía. Traé que las corto con esta tijera.
- ¡Epa! ¿Y esa tijera importada? ¿De dónde la sacaste? Te pueden acusar de contrabandista. Supongo que tendrás los papeles de esa tijera, ¿no?
- No Batata, que papeles voy a tener, si me la vendieron desenvuelta.
Y así llegó aquella histórica mañana del 25 de mayo. Desde los balcones del Cabildo, Fresco y Batata contemplaban a la muchedumbre reunida en la plaza.
- ¡Qué de gente Batata! Está todo Buenos Aires.
- Es verdad mi querido Fresco, pero parecen intranquilos. Espero que haya una solución pronta al asunto.
En ese instante, uno de la multitud gritó:
- “El pueblo quiere saber de que se trata”. ¡Salí Cornelio!...
- ¡Cómo! ¡Qué decís! ¡No te voy a permitir que te metas en mi vida privada! ¡Sinvergüenza, mequetrefe! Si, si, vos, el pelado que está al lado de la vieja de paraguas floreado. ¡Subí, subí, si sos valiente, y decímelo en la cara! -reaccionó indignado Fresco.
- ¡Sois un desaforado Fresco! ¡Qué reacciones son esas! A ti no te ha dicho “cornelio”. El hombre está reclamando por el Comandante Saavedra.
Finalmente, Cornelio Saavedra salió al balcón, y anunció al pueblo la constitución de la Primera Junta de Gobierno Patrio. Todo fue algarabía y festejos en la ciudad.
En el atardecer de esa recordada jornada, el Comandante Saavedra caminaba por la ciudad junto a Fresco, y evaluaba todo lo sucedido:
- Se avecinan buenos tiempos amigo Fresco. Dentro de ciento noventa y nueve años, hablarán con orgullo de nosotros. La Primera Junta habrá hecho historia, y será recordada sentidamente con una estación de “subte”.
Hablando de todo un poco, y el estimado Batata, ¿dónde anda?
- La verdad mi Comandante, no tengo ni la más remota idea.
A los pocos minutos, dieron con el paradero de Batata.
- Mire, mire Comandante Saavedra. Allá en la esquina está Batata -indicó Fresco.
- Así es Fresco. Ahora observe que extraño. Está acostado en el camino, con su oreja contra el piso, y se encuentra hablando.
- Acerquémonos Comandante, y escuchemos que dice.
Al acercarse, Saavedra y Fresco se miraban sorprendidos, y escuchaban a Batata, repetir una y otra vez:
- Diligencia. Cuatro Caballos. Cubriendo trayecto entre Plaza Mayor y Regimiento Patricios. Un cochero. Tres ocupantes.
- Ahora entiendo, ¡usted Batata es un psíquico! ¡Tiene poderes extrasensoriales! ¡Permítame felicitarlo! -celebró Saavedra.
- - ¡Qué bárbaro Batata! ¡Nunca me contaste que tenías el poder de saber las cosas, sólo con escuchar las vibraciones en el suelo! -agregó Fresco.
- ¡Psíquico! ¡Poderes extrasensoriales! ¡Vibraciones en el suelo! ¡Vosotros os habéis vuelto locos! Yo se todo eso, porque la diligencia de la que hablo, hace unos minutos acaba de pasarme por encima!!!
Leo Lígori
lunes, 25 de mayo de 2009
martes, 5 de mayo de 2009
Búsqueda - De Noemí Fraerman
BÚSQUEDA
¿Dónde se guardaba la leña?
¿Por qué aún ahora sin siquiera cerrar los ojos veo la cocina económica y entresaco de una mezcla de invento-realidad el recuerdo de la orgía de agua para el día del baño colectivo?
Vuelve también una abuela más o menos redonda y el abuelo algo más menudo, y el día que uno de ellos -¿ella?, ¿él?- nos dejó, y en el batifondo de gente y llanto se perdió la menor de nosotras, escondida en su arrumbado cochecito de más pequeña, su dedo en la boca, viva imagen del desamparo.
Y la pared que nos separaba de nuestro vecino, que subido a una escalera jugaba con nosotros a través de la medianera hasta la previsible caída y consecuente prohibición.
Más adelante en el tiempo, una vecina del otro lado, “la Beba”, que nos hacía los dibujos para la escuela y el papelón que pasamos cuando alguno de ellos fue elegido para un homenaje, previa repetición del trabajo hecha en clase por nosotros...
Hemos vuelto una y otra vez a transitar esa calle, creyendo que a su paso recuperaríamos los días de nuestra infancia, pero al terminar el recorrido nos reconocemos distintos, ya la madurez ha reemplazado el dolor y la alegría de entonces por el adulto que hoy intentamos ser.
Y este adulto se pregunta: ¿qué motivo puso en marcha hoy este viaje hacia nuestra infancia? ¿Por qué el recuerdo de una pila de leña generó en forma tan real el comienzo de nuestra reflexión?
Y la respuesta viene golpeando nuestro olfato, ya que desde la cuadra de una panadería llega el olor de una horneada, similar a aquéllas de nuestra niñez, en que los domingos llevábamos la asadera -entre dos, una de cada manija- con la pata de cordero y rebosante de papas, cubierta por un repasador.
Y allí, agua se nos hacía la boca, cada vez más, hasta que un crujiente panecillo compensaba la espera y era saboreado ahí nomás, casi quemando, sin paciencia para “soplarlo” un poco más.
Cabalga ahora hacia nosotros otra imagen, esta vez el disparador fue una vidriera donde se ofrecen semillas de zapallo. ¿Quién sino el que lo haya vivido puede imaginar cómo algo tan modesto haya sido golosina para nuestros jóvenes años?
Las semillas de un amarillo pálido y engarzadas unas con otras con una rebarba más oscura, eran secadas en la cocina de la otra abuela para luego, crocantes, hincarles el diente, en este caso el de una tía viajera y por ello, privilegiada candidata a saborearlas a su regreso.
La casa de la otra abuela aún en pie pero ya con el lacerante cartel de “en venta”. Aquél portón de entrada desde donde espiábamos la calle y charlábamos con Don Emilio que despachaba querosén desde su surtidor en la vereda… … o a la planta de Flor de Ángel que generosa brindaba sus flores para el consabido presente del Día de la Madre. ¡Y el jardín donde una vez plantamos monedas para que crezca una planta de plata!
¿Con que palabras recordar el yunque, las marcas para ganado y a este Abuelo (con mayúscula), el rostro de mil colores por la fluorescencia del fuego, empuñando el martillo cual si disparara saetas?
Volvemos a la realidad. ¡Qué dulce ha sido este viaje al pasado!
Y aunque somos adultos y sabemos que ya no son tan ricos los panes ni el cordero, que las semillas de zapallo hoy sólo se utilizan para sembrar y que nadie sabría decirnos cuál es la flor de ájgel, sentimos más suave el aire que nos besa y más hermoso el crepúsculo que se acerca.
Laura sine. Buenos Aires, Argentina.
Autora: Noemí Fraerman
¿Dónde se guardaba la leña?
¿Por qué aún ahora sin siquiera cerrar los ojos veo la cocina económica y entresaco de una mezcla de invento-realidad el recuerdo de la orgía de agua para el día del baño colectivo?
Vuelve también una abuela más o menos redonda y el abuelo algo más menudo, y el día que uno de ellos -¿ella?, ¿él?- nos dejó, y en el batifondo de gente y llanto se perdió la menor de nosotras, escondida en su arrumbado cochecito de más pequeña, su dedo en la boca, viva imagen del desamparo.
Y la pared que nos separaba de nuestro vecino, que subido a una escalera jugaba con nosotros a través de la medianera hasta la previsible caída y consecuente prohibición.
Más adelante en el tiempo, una vecina del otro lado, “la Beba”, que nos hacía los dibujos para la escuela y el papelón que pasamos cuando alguno de ellos fue elegido para un homenaje, previa repetición del trabajo hecha en clase por nosotros...
Hemos vuelto una y otra vez a transitar esa calle, creyendo que a su paso recuperaríamos los días de nuestra infancia, pero al terminar el recorrido nos reconocemos distintos, ya la madurez ha reemplazado el dolor y la alegría de entonces por el adulto que hoy intentamos ser.
Y este adulto se pregunta: ¿qué motivo puso en marcha hoy este viaje hacia nuestra infancia? ¿Por qué el recuerdo de una pila de leña generó en forma tan real el comienzo de nuestra reflexión?
Y la respuesta viene golpeando nuestro olfato, ya que desde la cuadra de una panadería llega el olor de una horneada, similar a aquéllas de nuestra niñez, en que los domingos llevábamos la asadera -entre dos, una de cada manija- con la pata de cordero y rebosante de papas, cubierta por un repasador.
Y allí, agua se nos hacía la boca, cada vez más, hasta que un crujiente panecillo compensaba la espera y era saboreado ahí nomás, casi quemando, sin paciencia para “soplarlo” un poco más.
Cabalga ahora hacia nosotros otra imagen, esta vez el disparador fue una vidriera donde se ofrecen semillas de zapallo. ¿Quién sino el que lo haya vivido puede imaginar cómo algo tan modesto haya sido golosina para nuestros jóvenes años?
Las semillas de un amarillo pálido y engarzadas unas con otras con una rebarba más oscura, eran secadas en la cocina de la otra abuela para luego, crocantes, hincarles el diente, en este caso el de una tía viajera y por ello, privilegiada candidata a saborearlas a su regreso.
La casa de la otra abuela aún en pie pero ya con el lacerante cartel de “en venta”. Aquél portón de entrada desde donde espiábamos la calle y charlábamos con Don Emilio que despachaba querosén desde su surtidor en la vereda… … o a la planta de Flor de Ángel que generosa brindaba sus flores para el consabido presente del Día de la Madre. ¡Y el jardín donde una vez plantamos monedas para que crezca una planta de plata!
¿Con que palabras recordar el yunque, las marcas para ganado y a este Abuelo (con mayúscula), el rostro de mil colores por la fluorescencia del fuego, empuñando el martillo cual si disparara saetas?
Volvemos a la realidad. ¡Qué dulce ha sido este viaje al pasado!
Y aunque somos adultos y sabemos que ya no son tan ricos los panes ni el cordero, que las semillas de zapallo hoy sólo se utilizan para sembrar y que nadie sabría decirnos cuál es la flor de ájgel, sentimos más suave el aire que nos besa y más hermoso el crepúsculo que se acerca.
Laura sine. Buenos Aires, Argentina.
Autora: Noemí Fraerman
lunes, 4 de mayo de 2009
El barrilete - De Clyde Mabel Piola Mendoza
Cuento infantil
(Para leer a niños hasta 100 años aproximadamente...)
El barrilete
En una lejana aldea del norte de China, vivía un anciano llamado Flon F, quien era muy amado porque era muy bueno y sabio.
Aunque era muy pobre no le faltaban ideas, por ello estaba siempre ingeniándoselas para hacer cosas nuevas.
A pocos días del cumpleaños de uno de sus nietitos llamado Lin Fu, estaba ocupándose del tema del regalo. Recordaba, muy agradecido a la vida por las afectuosas palabras que le daba su nieto, y por algo que siempre le repetía:
-Abuelo. Yo quiero volar para llegar a las nubes y jugar con ellas.......
Con ese recuerdo puso manos a la obra; buscó varillitas de bambú y un fino papel muy liviano de muchos colores.
Y fue así que hizo un gran pájaro de papel, adornado con flecos que parecían alas. Le enganchó un largo hilo de seda de cientos de metros, y se las ingenió para hacer que levantara y subiera por el aire.
Llegó el día del cumpleaños; fue a la casa de Lin Fu y le entregó el regalo.
Cuando el niño supo que eso iba a volar y que dependía de él manejarlo para que llegara hasta las nubes, se puso muy feliz, al tiempo que llenaba de besos a su abuelo.
Cuenta la historia que esa fue la primera vez que un barrilete fue elevado por un niño, y a partir de ese momento millones de ellos aprendieron a remontar barriletes en compañía de sus padres, abuelos y amigos.
Clyde Mabel Piola Mendoza.
Año 2008
(Para leer a niños hasta 100 años aproximadamente...)
El barrilete
En una lejana aldea del norte de China, vivía un anciano llamado Flon F, quien era muy amado porque era muy bueno y sabio.
Aunque era muy pobre no le faltaban ideas, por ello estaba siempre ingeniándoselas para hacer cosas nuevas.
A pocos días del cumpleaños de uno de sus nietitos llamado Lin Fu, estaba ocupándose del tema del regalo. Recordaba, muy agradecido a la vida por las afectuosas palabras que le daba su nieto, y por algo que siempre le repetía:
-Abuelo. Yo quiero volar para llegar a las nubes y jugar con ellas.......
Con ese recuerdo puso manos a la obra; buscó varillitas de bambú y un fino papel muy liviano de muchos colores.
Y fue así que hizo un gran pájaro de papel, adornado con flecos que parecían alas. Le enganchó un largo hilo de seda de cientos de metros, y se las ingenió para hacer que levantara y subiera por el aire.
Llegó el día del cumpleaños; fue a la casa de Lin Fu y le entregó el regalo.
Cuando el niño supo que eso iba a volar y que dependía de él manejarlo para que llegara hasta las nubes, se puso muy feliz, al tiempo que llenaba de besos a su abuelo.
Cuenta la historia que esa fue la primera vez que un barrilete fue elevado por un niño, y a partir de ese momento millones de ellos aprendieron a remontar barriletes en compañía de sus padres, abuelos y amigos.
Clyde Mabel Piola Mendoza.
Año 2008
La casona de la calle Brasil - De Adela Belmonte
La casona de la calle Brasil
Como cada martes desde hace siete meses, Lucía llega a esta antigua casa del barrio de San Telmo, para asistir a sus clases de teatro. Es su día favorito de la semana, pues se siente inmensamente feliz y segura, mientras juega a ser muchas otras, otras tan diferentes y atrevidas, que se animan a decir cosas que ella nunca podría.
Varios factores se han conjugado para hacer de este encuentro, un momento mágico e inolvidable: sus compañeros, el profesor y el lugar… lugar que fascina tanto a Lucía y al que recorre detenidamente con la mirada, desde la comodidad de un profundo y mullido sillón y que le recuerda entrañablemente a la querida casa de sus abuelos, donde había nacido y pasado los mejores momentos de su vida.
Es una hermosa casona de dos plantas, orgullosamente erguida sobre sus más de cien años de existencia, soberbia y refinada, con sus balcones respirando el fresco aire del Parque Lezama. No puede dejar de pensar en ella como en el hogar que alguna vez fue. Cuántas alegrías y tristezas albergadas entre estas paredes, compartidas en familia, como la llegada de los hijos o las noches de vigilia al lado de un enfermo. Las veladas de fiesta con la música invadiendo los salones y sobrevolando las enormes lámparas colgantes que iluminan a pleno todos los rincones.
Sin lugar a dudas, Lucía está haciendo un viaje a su pasado, e inevitablemente, recuerda ese último gran dolor de despojar a la casa familiar, de todo aquello que con elegancia la había adornado, hasta dejarla desnuda, vacía. Afortunadamente, Lucía ha sabido atesorar lo único verdaderamente valioso: la memoria de esos viejos buenos tiempos.
La alegre llegada del profesor la rescata de sus pensamientos devolviéndola a la realidad.
Ha comenzado el momento de jugar.
Adela L. Belmonte
Septiembre 27 de 2008
Como cada martes desde hace siete meses, Lucía llega a esta antigua casa del barrio de San Telmo, para asistir a sus clases de teatro. Es su día favorito de la semana, pues se siente inmensamente feliz y segura, mientras juega a ser muchas otras, otras tan diferentes y atrevidas, que se animan a decir cosas que ella nunca podría.
Varios factores se han conjugado para hacer de este encuentro, un momento mágico e inolvidable: sus compañeros, el profesor y el lugar… lugar que fascina tanto a Lucía y al que recorre detenidamente con la mirada, desde la comodidad de un profundo y mullido sillón y que le recuerda entrañablemente a la querida casa de sus abuelos, donde había nacido y pasado los mejores momentos de su vida.
Es una hermosa casona de dos plantas, orgullosamente erguida sobre sus más de cien años de existencia, soberbia y refinada, con sus balcones respirando el fresco aire del Parque Lezama. No puede dejar de pensar en ella como en el hogar que alguna vez fue. Cuántas alegrías y tristezas albergadas entre estas paredes, compartidas en familia, como la llegada de los hijos o las noches de vigilia al lado de un enfermo. Las veladas de fiesta con la música invadiendo los salones y sobrevolando las enormes lámparas colgantes que iluminan a pleno todos los rincones.
Sin lugar a dudas, Lucía está haciendo un viaje a su pasado, e inevitablemente, recuerda ese último gran dolor de despojar a la casa familiar, de todo aquello que con elegancia la había adornado, hasta dejarla desnuda, vacía. Afortunadamente, Lucía ha sabido atesorar lo único verdaderamente valioso: la memoria de esos viejos buenos tiempos.
La alegre llegada del profesor la rescata de sus pensamientos devolviéndola a la realidad.
Ha comenzado el momento de jugar.
Adela L. Belmonte
Septiembre 27 de 2008
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