BÚSQUEDA
¿Dónde se guardaba la leña?
¿Por qué aún ahora sin siquiera cerrar los ojos veo la cocina económica y entresaco de una mezcla de invento-realidad el recuerdo de la orgía de agua para el día del baño colectivo?
Vuelve también una abuela más o menos redonda y el abuelo algo más menudo, y el día que uno de ellos -¿ella?, ¿él?- nos dejó, y en el batifondo de gente y llanto se perdió la menor de nosotras, escondida en su arrumbado cochecito de más pequeña, su dedo en la boca, viva imagen del desamparo.
Y la pared que nos separaba de nuestro vecino, que subido a una escalera jugaba con nosotros a través de la medianera hasta la previsible caída y consecuente prohibición.
Más adelante en el tiempo, una vecina del otro lado, “la Beba”, que nos hacía los dibujos para la escuela y el papelón que pasamos cuando alguno de ellos fue elegido para un homenaje, previa repetición del trabajo hecha en clase por nosotros...
Hemos vuelto una y otra vez a transitar esa calle, creyendo que a su paso recuperaríamos los días de nuestra infancia, pero al terminar el recorrido nos reconocemos distintos, ya la madurez ha reemplazado el dolor y la alegría de entonces por el adulto que hoy intentamos ser.
Y este adulto se pregunta: ¿qué motivo puso en marcha hoy este viaje hacia nuestra infancia? ¿Por qué el recuerdo de una pila de leña generó en forma tan real el comienzo de nuestra reflexión?
Y la respuesta viene golpeando nuestro olfato, ya que desde la cuadra de una panadería llega el olor de una horneada, similar a aquéllas de nuestra niñez, en que los domingos llevábamos la asadera -entre dos, una de cada manija- con la pata de cordero y rebosante de papas, cubierta por un repasador.
Y allí, agua se nos hacía la boca, cada vez más, hasta que un crujiente panecillo compensaba la espera y era saboreado ahí nomás, casi quemando, sin paciencia para “soplarlo” un poco más.
Cabalga ahora hacia nosotros otra imagen, esta vez el disparador fue una vidriera donde se ofrecen semillas de zapallo. ¿Quién sino el que lo haya vivido puede imaginar cómo algo tan modesto haya sido golosina para nuestros jóvenes años?
Las semillas de un amarillo pálido y engarzadas unas con otras con una rebarba más oscura, eran secadas en la cocina de la otra abuela para luego, crocantes, hincarles el diente, en este caso el de una tía viajera y por ello, privilegiada candidata a saborearlas a su regreso.
La casa de la otra abuela aún en pie pero ya con el lacerante cartel de “en venta”. Aquél portón de entrada desde donde espiábamos la calle y charlábamos con Don Emilio que despachaba querosén desde su surtidor en la vereda… … o a la planta de Flor de Ángel que generosa brindaba sus flores para el consabido presente del Día de la Madre. ¡Y el jardín donde una vez plantamos monedas para que crezca una planta de plata!
¿Con que palabras recordar el yunque, las marcas para ganado y a este Abuelo (con mayúscula), el rostro de mil colores por la fluorescencia del fuego, empuñando el martillo cual si disparara saetas?
Volvemos a la realidad. ¡Qué dulce ha sido este viaje al pasado!
Y aunque somos adultos y sabemos que ya no son tan ricos los panes ni el cordero, que las semillas de zapallo hoy sólo se utilizan para sembrar y que nadie sabría decirnos cuál es la flor de ájgel, sentimos más suave el aire que nos besa y más hermoso el crepúsculo que se acerca.
Laura sine. Buenos Aires, Argentina.
Autora: Noemí Fraerman
martes, 5 de mayo de 2009
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1 comentario:
"...y al volver la vista atrás..."
Qué lindo es regresar, de corazón y con nuestra mejor memoria, a esos queridos buenos tiempos.
Hermosos recuerdos.
Adelita
alb
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