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miércoles, 31 de julio de 2019

El caso Oriel Briant

Por Ricardo Canaletti -

Hubo un médico forense que se dedicó a contar la cantidad de puntazos y cortes que tenía el cuerpo. Con inocultable regodeo llegó a la cifra de 32, de los cuales 24 destrozaron las partes íntimas de la víctima, una bonita mujer. El cadáver tenía golpes, marcas indescifrables, un balazo que le borró la boca desfigurando todos sus rasgos, y un tiro más en el glúteo derecho que salió por el muslo. Muchas lesiones de cuchillo fueron ocasionadas luego de la muerte. Pero aún estaba con vida cuando por la espalda le clavaron un cuchillo que le llegó hasta la médula. Si hubiese sobrevivido, con esa última lesión la hubiesen dejado paralítica. Había lesiones en el estómago, en el corazón, que pudieron haber sido las mortales. ¿Cuántos criminales? Más de uno, con distintos cuchillos o dagas. ¿Cómo dominar a esa mujer? Debieron ser varios, decían los policías. La mujer tenía puestos un par de aros de oro, un anillo y una cadena con medalla de plata. Estaba desnuda pero conservaba sus medias.

Aurelia Catalina Briant, a quien le decían Oriel, había desaparecido el 10 de julio de 1984. Era profesora de literatura inglesa y estaba separada de Federico Pippo, un profesor de literatura y filosofía, perito balístico de la Policía Bonaerense y padre de sus cuatro hijos. Ella, para la época de su muerte, vivía en City Bell, en lo de su mamá.
El día 13 de julio un hombre que paró su auto para orinar al costado del kilómetro 75 de la ruta 2. Abrió los ojos desmesuradamente. A unos 20 metros vio el cuerpo irreconocible de quien había sido una mujer hermosa de 37 años, rubia.
Los policías que llegaron al lugar cumplieron al pie de la letra con el manual del inepto: no cuidaron la escena; iban y venían pisoteando innumerables indicios; tiraban las colillas de sus cigarrillos; uno vomitó porque dijo, cuando un superior lo retó, que su estómago no era tan fuerte para soportar la visión de ese cuerpo destrozado; redactaron un acta irregular donde no describían qué encontraron: lugar, posición, características. Tampoco describieron lo que tenía puesto Oriel. Dijeron: “un par de medias…”, pero no pusieron de qué material estaban hechas, de qué color eran, si estaban sucias o limpias. Las medias eran celestes, al menos las que se ven en las fotografías del expediente, tenían tierra y barro y causarían el derrumbe de todo el caso. Sì, un par de medias.
Se presume que entre la noche del 9 y la madrugada del 10 de julio Oriel fue sacada de su casa, en camisón y medias.
Pippo se había llevado a sus hijos a Lobos, de donde eran los suyos, pero volvió a la tarde del 9 para dejar al más chico de 3 años que quería estar con su madre. A las 22 de ese mismo día Oriel habló con su nuevo amor, un vidriero de City Bell llamado Alberto Mensi. Después nada. A la mañana siguiente, es decir el 10, el nene de tres años apareció llorando en el jardín pidiendo por su mamá.
El primero en caer detenido fue el vidriero pero quedó libre porque no había pruebas, sólo desconfianza. El segundo en ser detenido fue un tal Carlos Davis, alumno y amigo íntimo de Pippo. Dijo que su profesor pensaba pagar a sicarios para eliminar a Oriel. No sabía a quiénes. Davis tenía 28 años., La Policía, que por esos años, en verdad durante décadas) manejaba a su antojo los sumarios criminales, lo tenía como testigo pero a lo mejor como probable sospechoso, una situación rarísima que entonces era aceptada como si nada. Testigo, sospechoso o sospechoso, testigo. El asunto era ver si una estadía en la comisaría le hacia decir todo lo que sabía, una trompada, un sopapo, se evaluaba si se lo dejaba como testigo o se lo convertía en sospechoso. Lo llevaron finalmente ante el juez Julio Burlando, de La Plata. Davis repitió lo mismo: "Pippo quería matar a su mujer y había contratado asesinos".
Davis zafó, Pipo fue preso. Hubo un careo entre ambos. El domingo 12 de agosto Burlando decretó la prisión preventiva de Pippo en calidad de instigador del crimen de su mujer. Davis fue puesto en libertad.

El periodista Adrian van der Horst, de Gente, entrevistó a Federico Pippo.
-¿Pagó para que mataran a su esposa Oriel?
-No… realmente no. ¿Cómo voy a hacer una cosa así? Además, era la madre de mis hijos. No se olvide. Además… era una excelente mujer.
-¿Usted es inocente?
 -Totalmente.
-¿Tiene varias caras?
 -No.
-¿Usted es un sicópata?
 -Creo que no.
-¿Un demente?
 -Creo que no.

La entrevista se realiza en la Unidad Carcelaria Nº 9 en La Plata.
-¿Qué es lo primero que quiere decir?
-No sé. . . Pienso que hace falta un chivo expiatorio, y bueno. . . acá estoy. Pero yo no tengo nada que ver.
-¿Y por qué usted terminó entre rejas?
-Es lo que no sé. Me lo pregunté cientos de veces y no lo entiendo.
-Su situación cambió cuando el juez le dictó la prisión preventiva por hallarlo “prima facie” responsable del delito de homicidio calificado por el vínculo en el grado de instigación, mientras que su amigo y alumno Carlos Davis quedó libre por falta de méritos. ¿Esperaba esa decisión del juez?
-No, de ninguna manera. Me consideran culpable simplemente porque alguien dice que le dijeron que yo había dicho que iba a matar a Oriel.
-¿Y alguna vez usted dijo que iba a matar a Oriel?
-Puedo haberlo dicho ante mil personas en un momento de enojo.
-Federico, ¿le dijo a Davis que iba a matar a Oriel?
-Sí. puede ser. Pero él dijo una cosa cuando lo detuvieron, otra cosa ante el juez, y después también cambió la versión cuando fue el careo. Pero fue por su testimonio que me detuvieron.
-¿Y qué hay de verdad en todo esto?
-No sé, para mí es una gran cosa muy orquestada.
-¿Orquestada por quién? ¿Por la necesidad de encontrar a un culpable?
-Y sí. . . puede ser eso.
-Sé que nació en Lobos y que su padre era policía y murió al explotarle una bomba. ¿Qué edad tenía usted cuando murió su padre?
 -No me acuerdo.
-Terminó la secundaria en Lobos y se vino a estudiar acá en La Plata. ¿Es correcto?
-Sí, en La Plata hice el magisterio porque yo era bachiller. Estudié Asesoría Literaria, una carrera que no existe más, y después hice el profesorado en Letras en la Universidad.
-Federico, ¿cuándo entró en la policía?
-Al poco tiempo que llegué a La Plata, debía tener más o menos 20 años. Porque ahora tengo como 23 años de servicio.
-¿En qué sección trabajaba?
-En armamentos. Pero aclaro que yo no tenía acceso a las armas.
-¿Perteneció a los organismos que actuaron en la lucha contra la subversión?
-No, para nada. Nada que ver. Yo jamás manejé un arma.
-¿Trabajó en Inteligencia de la policía de la provincia?
-No, por favor. También me vincularon a los grupos de la CNU (“Concentración Nacional Universitaria”, una banda terrorista ligada a la Triple A de José López Rega). Conozco y tuve varios compañeros que estaban en la CNU pero yo nunca tuve filiación política.
-Pero, ¿qué afinidad, qué inclinación política tiene usted?
 -Ninguna.
-Mire Federico, de usted me han comentado que en cortos periodos fue de la extrema derecha a la extrema izquierda, pasando por el peronismo, para luego adoptar posiciones nazis y antisemitas, y hace unos días me dijeron que usted participaba en tomas docentes de Franja Morada. ¿Qué abanico, verdad?
-Si todo eso fuera cierto, nunca me hubiera casado con una inglesa. ¿No le parece?
-¿Y por qué se dice todo eso de usted entonces?
-No sé, puede ser que no me perdonen que no tenga la misma extracción social que mi mujer.
-¿Solamente por eso? También se dice que usted era extremadamente celoso de Oriel ¿Es cierto?

(Se tapa los ojos y está por decir que no es celoso. Que son mentiras. Pero no puede. No aguanta. Gana el otro Federico)
-Bueno. . . sí, es verdad. Pero me acuerdo que una amiga mía me dijo hace muchos años que los argentinos “no éramos machos sino machistas”.
-¿Usted soportaba el hecho de que Oriel se haya ido de su casa?
-Sí, lo tenía asumido totalmente.
-¿El amor entre ustedes estaba terminado?
-Te contesto con un ejemplo: hace dos meses tuvimos una audiencia por el juicio de divorcio. Nos besamos y qué sé yo. Ella me preguntó: “¿Te gustó?” Le dije que sí. “¿Me querés?”, dijo ella. Le contesté que no. “¿Qué pasa, estoy muy fea?” “Lo que pasa es que antes eras mucho más linda”, fue lo único que pude decirle.
-No es la versión que tengo sobre lo que pasó ese dia después de la audiencia. Denisse, la hermana de Oriel, me contó que usted le pidió a Oriel que volviera. Que quería volver a salir con ella. Oriel le dijo que sí, pero después cuando se lo contó a las amigas y a la madre todas le aconsejaron que no volviera a vivir con usted. Ante la negativa de Oriel usted se enfureció. ¿Es verdad?
-¿Qué querés que te diga? Son tantas las versiones.
-Mientras vivieron juntos usted no le dejaba cortarse el pelo. ¿Correcto?
 -No era que me impusiera pero me gustaba con el pelo largo.
 -Tampoco dejaba que Oriel usara pantalones.
-Sí, pero no era una cosa tiránica sino que no me gustaba que usara jeans.
-Cuando Oriel se fue a vivir a la casa de la madre se cortó el pelo y empezó a usar jeans. ¿Fue una revancha?
-Sí, me dijo que lo hacía por venganza. Pero le costó mucho cortarse el pelo. Ella me lo dijo.
-¿Es verdad que entre usted y Charlie Davis había algo más que una amistad?
(Pippo por primera vez me mira fijo. Cambia la expresión de sus ojos. Se da cuenta. Baja la vista. Trata de calmarse)


-No, no es cierto. La de Charlie era una inteligencia superior. Me interesaba. . . me era muy. . . ¿cómo te podría decir?, me gustaba hablar con él, pero de ahí a lo que se dijo de nosotros hay mucho trecho.
 -Pero si es correcto que ustedes dos hicieron un viaje a Egipto.
-Sí, nos sacó los pasajes mi mujer.
-¿Y por qué ella no viajó?
-Porque a Oriel no le interesaban los países que íbamos a visitar.
-¿Y qué países visitaron?
-Fuimos a Italia, Grecia, Egipto, Turquía y España. El viaje duró 28 días.
-¿Les salió muy caro?
-No, era en la época de la plata dulce. El dólar valía un marrón con ochenta.
-¿Llegaron a ser muy amigos?
-Sí, mucho.
-¿Y cómo lo notó a Davis durante el careo?
 -Muy nervioso, muy nervioso.
-Una de las primeras cosas que Davis habría confesado fue que usted le dijo que iba a matar a Oriel y que ya había entregado, como parte de pago, 100 mil pesos a los asesinos.
-Sí, eso dijo Charlie en un primer momento pero luego se rectificó. Ante el juez y en el careo dijo que no estaba seguro.
-¿Estaba confundido?
-Confundido o asustado. No sé.
-Es muy comentado, también, que en la casa de su madre en Lobos habrían encontrado un puñal de mango celeste que lo compromete. ¿Es verdad?
-A raíz de lo que dijo Charlie me preguntaron si en mi casa tenía cuchillos o dagas. Les dije que sí, que tenía unos alfanjes o dagas árabes. Pero las tenía cruzadas arriba de la chimenea. También es cierto que una vez por ahí me disfracé con una talabaia que traje de Egipto. Es una túnica que usan los hombres en el desierto de Gobbi. Todas estas cosas las fueron a buscar a Lobos porque se las había llevado mi mamá.
-También se habla de una agenda comprometedora.
-Yo nunca usé agenda. Mi mujer sí. Tenía una libretita de almacén que usaba para anotar los números de teléfono. Yo, jamás.
-¿Usted antes de separarse sabía que su esposa Oriel se encontraba con Alberto Mensi, el vidriero?
 -Bueno, los chicos me comentaron algo.
-¿Quiénes? ¿Sus hijos?
-Sí, a través de ellos me enteré que Oriel y Mensi habían estado en mi casa, que habían estado en el comedor diario tomando café.
-¿Eso fue antes de la separación?
-Sí, sí, sí. Yo le pregunté a Oriel qué pasaba, y una vez me dijo que se había roto la cortina y que por eso lo había llamado a Mensi. Y después otro día me dijo que se había roto un vidrio -era muy común que en mi casa se rompieran vidrios-. Sinceramente, si bien había oído algunos rumores no les di bastante asidero porque Oriel era una mujer de moral bastante estricta. Con un sentido puritano de la moral.
-¿Y por qué se separaron?
-Mire, fue una cosa muy rara. Ella en enero del ’83 tuvo un cambio fundamental. Pasó a ser una persona desconocida.
-Ella quería que usted se fuera de la casa ¿verdad?
-Sí, yo le contesté que estaba muy cómodo. “Si querés, andate vos”, le dije. Hasta que el 7 de abril, cuando volví del Instituto Superior Docente de La Plata, donde daba clases, ni ella ni los chicos estaban. Fui hasta la casa de la madre. Estaban allí pero no me abrieron.
-¿Y entonces qué hizo?
-Fui hasta la comisaría de City Bell e hice la denuncia por abandono de hogar. Pero ella ya se había adelantado. Había hecho otra denuncia.
-¿Por malos tratos?
 -…Era una cosa muy rara. Creo que dijo que yo le daba golpes sin dejarle huella, ni lesiones, ni marcas corporales.
-¿Entonces usted le pegaba?
 -No, yo no le pegaba.
-¿Es verdad que un día la persiguió amenazándole con un cuchillo?
-Jamás. Eso es mentira. Además, eso lo hubiera usado ella en mi contra en el juicio de divorcio.
-Divorcio, malos tratos, infidelidad. La verdad es que muchos ojos lo ven como el responsable del asesinato de Oriel. ¿Usted es inocente?
 -Totalmente.
-¿Y por qué cree que los asesinos pusieron tanta saña al matarla, tanto odio… ?
-No sé, no sé. Y lo peor de todo es que mientras yo estoy en la cárcel los asesinos andan por ahí lo más campantes.
-¿No le tiene miedo a la muerte?
 -No.
-¿Y a qué le tiene miedo?
(Después de esta pregunta se produjo uno de los silencios más largos de Federico Pippo. Miró hacia una ventana por donde a través de las cortinas celestes se filtraba el sol. Volvió una vez más a tocarse la frente en busca de alivio y contestó)

-Temo por mis hijos. Solamente quiero estar vivo por mis hijos. Lo demás no importa, no tiene sentido…
-¿Qué habló usted con sus hijos después de la muerte de Oriel?
-Ellos me contaron a mí que su madre había muerto.
-¿Y cómo se enteraron?
-Por la televisión. Apenas la vieron apagaron el aparato y vinieron corriendo a avisarme… Los chicos estaban tan alterados que se reían…
-¿Cómo?
-Fue una cosa rarísima… Era como una gran pesadilla, una cosa terrible, espantosa.
-¿Piensa que esa pesadilla continúa, que un día se va a despertar de un sueño?
-No, yo sé que todo esto es real. Pero le aseguro que peor que una pesadilla.
-¿Tiene algún ídolo?
 -No.
-Dígame el nombre de un escritor, del que más le guste.
 -Shakespeare y los griegos.
-¿Un color?
-Y… la gama del violeta.
-¿Una virtud?
 -La sinceridad.
-¿Un defecto?
 -La mentira.
-¿Un ideal de mujer?
-Morocha, siempre me gustaron las morochas. Sí… y el pelo largo.
-¿Un ideal de hombre?
 -El inteligente.
-¿Como Davis?
 -Tal vez.
-¿Un actor?
 -Brando.
-¿Una actriz?
-Me gustaba mucho una actriz inglesa: Belinda Lee, pero ya murió, se mató en un accidente. También me gusta Irene Papas.
-¿Un músico?
-Beethoven (y lo pronuncia con extremado acento alemán).
-¿Un pintor?
 -Delacroix.
-¿Un polítíco?
-No sé. No sé porque no me interesa.
-¿Un cuadro de fútbol?
-Bueno, sí, Boca y River. Están en las antípodas pero me gustan los dos. Pero la política no me interesó nunca, ¿sabés?
-¿Un líder? Me imagino que le gusta alguno, ¿o no?
 -El Cid. En serio.
-¿Usted es un místico? Justo elige a una persona que fue líder una vez muerto.
-No, ojalá fuera un místico. Aunque mi poeta predilecto es un místico: San Juan de la Cruz.
-¿Le gusta la magia?
 -No, para nada. Soy muy realista, soy de Capricornio y tengo los pies bien en la tierra.
-¿Una novela?
 -“El desierto de los tártaros”, de Buzatti.
-¿Un país? Dígame lo primero que se le ocurra.
-No sé, qué sé yo….. Suecia, aunque no lo conozco.
-¿Por qué Suecia? ¿Acaso por la libertad?
-No sé, pienso que lo dije por lo que leí de ese país.
-Federico, ¿qué sentía cuando la gente le gritaba “¡Asesino!” al bajar del patrullero en el Tribunal?
-Era una sola persona que gritaba eso. Sentí un profundo desprecio. A esa mujer que gritaba no la conozco pero sentí por ella un profundísimo desprecio.
-Si Oriel estuviera viva, ¿usted qué le diría? ¿La perdonaría?
-No sé. No tengo nada que perdonarle...

Una prueba química dio que en las benditas medias que llevaba puestas Oriel había viruta metálica y materia orgánica parecida a la de las caballerizas. Estos elementos se compararon con muestras levantadas de una casa que tenía la familia Pippo en Lobos, con un stud y cercana a un taller de tornería, que ocupaba Néstor Romano, primo hermano de Pippo. Hubo cierta coincidencia.
El juez Burlando, el padre del conocido abogado de la actualidad Fernando Burlando, les dictó la preventiva a Pippo, a su mamá y a su primo. Pero un año después la Cámara de Apelaciones los dejó libres porque no se podía decir que las medias peritadas eran las mismas que fueron encontradas en el cuerpo. ¿La razón? La policía había hecho mal el acta.

El caso quedó impune y prescribió en 1999. Para entonces los restos de Oriel estaban en una fosa común en el cementerio de La Plata. Nadie los reclamó.
Federico Pippo jamás pudo reinsertarse en el mundo académico. Se transformó en un hombre solitario. No recibía visitas ni tenía relación con sus vecinos de City Bell. La ventana que daba a la calle siempre estaba cerrada. Se lo veía muy desaliñado las pocas veces que salía de su casa. Murió en su casa en junio de 2009 de un paro cardíaco.

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