Por Ricardo Canaletti -
El miércoles 26 de agosto de 1992 el ingeniero Marcelo Schapiro, uno de los directores de la empresa de informática Sintecom, de Arenales 1378, Barrio Norte, salió del edificio a la hora del almuerzo, las 12.30. Pero no iba a almorzar. La mañana de aquél día había atendido llamadas rutinarias y pasado el mediodía le dijo a su secretaria que iría a hacer algunos trámites y que podría tardar en volver. No parecía apurado, sin embargo, pues se quedó unos 15 minutos charlando en la puerta del edificio con un vecino. Hasta saludó a una tía suya que pasaba. A la una menos cuarto se fue.
Desde hacía unas semanas sus amigos y compañeros lo veían preocupado. Hasta su mujer, aquél miércoles, lo notó diferente por la mañana, antes de ir a su trabajo, como distraído. Pero nada parecía fuera de lo normal a las 12.45 cuando dejó al vecino y se alejó del edificio de Arenales.
A las 13.50, el Comando Radioeléctrico recibió un alerta sobre un incendio en la avenida Castillo y Antártida Argentina, en la dársena C, un lugar muy transitado a esa hora. Lo que se quemaba era una caja de madera de 1,80 de largo. Adentro el cuerpo calcinado de Marcelo Schapiro. Su reloj, milagrosamente a salvo, marcaba las 13.32.
No lo habían baleado ni tenía otras heridas. “Negro de humo en la tráquea”, decía la autopsia, o sea lo quemaron vivo. ¿Cómo hicieron para meterlo en la caja? Creen que le dieron un somnífero aunque no hubo comprobación médica. En esas horas decisivas un chico desde un colectivo vio una camioneta y un auto y a dos hombres bajar una caja grande. Minutos después dos camioneros vieron esa caja arder en el puerto.
El primer juez que tuvo el caso fue Eduardo Mugaburu. A su juzgado llegó un anónimo que trasladó la mira a una oficina de la avenida Corrientes 1515. ¿Qué tiene que ver esa oficina? En principio está ligada a una circunstancia inquietante. En la localidad de Berazategui, entre el 21 y 24 de agosto, cayó en diversos allanamientos una banda de narcos de la que se decía tenía afinados contactos políticos. Uno de los sospechosos había estado en aquella oficina de la avenida Corrientes y admitió que conocía a Schapiro. La dirección de Corrientes 1515 estaba anotada también en la agenda del ingeniero. ¿Entonces? Nada. El miércoles 26 de agosto el hombre acusado de narco estaba detenido en La Plata.
Nadie exploró más esa pista, que no sólo era la única sino que aparecía como la mejor. Se tomaron declaraciones a todos los empleados y ejecutivos de la empresa Sintecom. Hubo más procedimientos en Corrientes 1515. Nada. Nunca hubo un sospechoso. Con el tiempo empezaron a publicarse en los diarios solicitadas firmadas por “Los Amigos de Marcelo Schapiro”, ofreciendo una recompensa a quien aportase algún dato. Pero pasaron los meses y los años y esas solicitadas desaparecieron, como el interés por resolver este caso.
Reservado e introvertido
El principal problema con el que se enfrentaron tanto el juez como los detectives adscriptos a la investigación fue el carácter sumamente reservado de Marcelo Schapiro, ciertamente hermético hacia sus familiares o allegados en cuanto a sus temas personales o laborales.
Así pese a que quienes conocían a Schapiro notaron en él una creciente preocupación desde unos dos meses antes de su muerte, a la hora de buscar indicios a partir de la víctima, las pesquisas cayeron en un pozo insondable.
La preocupación de Schapiro alcanzó su punto cúlmine el mismo día del crimen. "Esa mañana parecía estar en otra parte, a tal punto que en lugar de calentar leche para el desayuno, puso yogur", declaró su esposa.
Para la policía, Schapiro podría haber tenido una doble vida. "De otra forma no se explica el misterio que rodea su muerte", alegan.
"Es posible, además, que el ingeniero haya sido sorprendido en su buena fe, y se haya enterado de alguna maniobra delictiva en alguna de las empresas a las que asesoraba", agregaron las fuentes.
"Creemos que detrás de este crimen hay peces demasiado gordos", dijo uno de los detectives que investigan el caso, a modo de explicación.
"Era honrado y trabajador"
"Tal vez con su silencio quiso proteger a su familia", confió en declaraciones a la prensa uno de los amigos de Marcelo Schapiro, quien pidió que se reserve su identidad.
"Cuando nos enteramos de su muerte no entendimos por qué. Marcelo era un hombre dedicado casi exclusivamente a su familia y al trabajo, tenía un alto concepto del honor y la honradez y era muy estimado por quien lo conociese", aseguró.
"Marcelo no tenía tiempo para otra actividad, ya que tenía su familia, la administración del edificio de Arenales 1378 y estaba al frente de Sintecom.
"El juez ha demostrado su alta predisposición para avanzar en la causa, y trabaja cariñosamente, casi diríamos que como una misión personal. Esto se hace extensivo a los oficiales de la policía que han investigado".
Para Los Amigos de Marcelo Schapiro -tal como prefieren ser conocidos públicamente-, el esclarecimiento de este crimen "no es patrimonio exclusivo de sus familiares, sino que es público. Por eso, las autoridades públicas deben cumplir con su obligación de descubrir quién y por qué lo mató, y quién lo mandó a matar".
Respecto de los posibles móviles del asesinato, los allegados al ingeniero manifestaron que "nada de lo que Marcelo hacía dio lugar a advertir lo que sucedió".
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