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jueves, 31 de julio de 2008

Encuentros cercanos con ciertos tipos

ENCUENTROS CERCANOS CON CIERTOS TIPOS

Epaminondas Spano era una persona feliz. De porte elegante, educado y galante. De casa al trabajo y del trabajo a casa, cotidianamente se lo veía pasar.
Entregado con pasión a la enseñanza, repartía sus horas, instruyendo a domicilio, a adolescentes de la alta sociedad porteña.
Uno de sus alumnos preferidos era Abelardo Lombardi De La Riestra. Lo asombraba, lo sorprendía, lo apasionaba. Vaya si lo apasionaba...
-¡No lo puedo creer! ¡No lo puedo creer! ¡Me va a volver loco! Es increíble. Tanta cabeza, y sólo para llevar pelo.
Para Epaminondas, que el joven Abelardo consiguiera recibirse de Bachiller, se había convertido en una obsesión. Y pese a las evidencias en contrario, con tenacidad y perseverancia, seguía trabajando para ello...
-A ver Abelardo. Vamos a ver, quiero que me des ejemplos de palabras, en las cuales se utilice la diéresis. Vamos Abelardo, te escucho.
-A la orden mi querido profesor. Paragüero, agüita...
-Muy bien, muy bien, adelante Abelardo.
-Cigüeña, sinvergüenza, pingüino...
-¡Excelente! ¡Adelante Abelardo! -Alentaba entusiasmado Epaminondas.
-“güevo”.
-¡Nooo! ¡Por qué no lo paré! ¡Por qué no lo paré! Si venía bien, venía bien. Por qué no lo paré, antes que saliera con alguna burrada.
Lejos de darse por vencido, Epaminondas Spano insistía, y buscaba con algún juego, aguzar el ingenio de su alumno...
-Abelardo, mi querido y rústico Abelardo. Quiero que busques países del mundo, cuyos nombres comiencen con q.
El joven alumno, analizó la consigna. Pensó unos instantes, y dijo:
-Ya está profesor. Encontré dos países.
-¡queé! ¡Coómo! ¡Me querés volver loco! Decime, ¿cuáles son? -Preguntó exaltado Epaminondas.
-Los dos países cuyos nombres comienzan con q son, “Cuba” y “Kuwait”.
Epaminondas a éstas alturas, estaba extenuado. Aunque una bella señorita, de larga cabellera oscura e inquietantes ojos celestes, que entró silenciosamente a la casa, lo revivió repentinamente. Sin mucho protocolo, el profesor preguntó:
-¡Abelardo! ¿Quién es esa chica?
-¿Esa que entró? Es mi hermana Graciela. Es médica traumatóloga, y seguramente viene de pasar veinticuatro horas de guardia.
-Seré curioso, ¿es casada?
-¡Qué va a ser casada profesor! Es muy avinagrada. Así como usted -Decía Abelardo, al tiempo que se reía socarronamente.
Desde ese momento, había cambiado el brillo en los ojos del querido Epaminondas. No eran los lentes de contacto no. Era el amor que lo había alcanzado. Un amor envolvente, que hacía surgir el otro yo de Epaminondas Spano. El lujurioso, el depravado. El que debía levantarse varias veces en la noche, para lavarse la cara, y refrescarse las orejas.
La rutinaria y monótona vida del profesor Spano, tenía un nuevo condimento. Pese a lo impenetrable que resultaba ser el cráneo del joven Abelardo, seguía demostrando su predilección por él. Y sobre todo, por las informaciones que éste le solía dar sobre su hermana Graciela.
Mayúscula fue la sorpresa y la alegría de Epaminondas, cuando se enteró que la doctora Graciela Lombardi De La Riestra, se había mudado a un departamento, ubicado en el segundo piso del edificio que se encontraba frente al suyo.
Junto a la ventana, con los prismáticos en la mano, pasaba las horas relevando los movimientos de su amada. Epaminondas Spano, sin lugar a dudas, era una persona feliz...
-Hum, ahí está. ¡Qué bella es! Algo tengo que hacer. Debo encontrar una estrategia eficiente y efectiva para captar su atención. Pero, ¿qué puedo hacer? ¿Hacerme los rulos? ¿Usar anteojos bifocales? Si, algo de eso. Si uso anteojos bifocales, y me dejo una barba candado, voy a parecer todo un intelectual.
Epaminondas iba y venía. Se devanaba los sesos, buscando aquella tan mentada estrategia para acercarse a su dorado amor. Pero el profesor Spano, no estaba solo, y prontamente se lo hicieron saber...
-Calma tu vida un instante querido Epaminondas.
-¡Ehhhh! ¿quién es usted? ¿Cómo entró aquí? ¿Qué quiere de mi? -Preguntó sorprendido Epaminondas.
-No temas, no temas querida criatura. Soy tu padrino secreto.
-¿Padrino secreto?
-Así es estimado Epaminondas. Soy el padrino secreto y bonachón que tiene todo buen hombre. Estoy acá para ayudarte, y hacer realidad tus anhelos.
-Voy a tener que hacerle caso a mi vieja. Ella siempre me dice que no le ponga más moscato al mate.
Epaminondas entornaba sus ojos, los cerraba, los volvía a abrir, pero nada cambiaba. Frente a él, seguía estando aquel misterioso caballero; prolijamente trajeado de negro, con galera al tono, y un bastón dorado, por demás reluciente. Si bien se encontraba bastante confundido, el profesor Spano, decidió tomar el toro por las astas, y dijo:
-Bueno, gracias por venirme a saludar padrino. Debo despedirlo, porque tengo muchos problemas, y no lo puedo atender.
-¡Error! -Replicó el misterioso padrino.
Tenés un solo problema, y yo estoy aquí para ayudarte a solucionarlo.
-Vení flaco vení, sentate y empezá a hablar.
-Tu único problema es como acercarte a la doctora Graciela Lombardi De La Riestra, y yo tengo el método para que ella no se separe más de tu lado. A propósito, ¿qué especialidad ejerce?
-Es traumatóloga, ¿por qué? ¿Qué sugerís?
-Te diré lo que harás. Como toda mujer, a Graciela la deben impactar las emociones fuertes -Decía el padrino, al tiempo que con un movimiento circular de su bastón, hacía aparecer una capa color bermellón.
Por ello, ponte esta capa, asómate a la ventana, y vuela. ¡Vuela a los brazos de tu amada!
-¡Ahh, ya sé! Con esta capa me convierto en algo así como un superhéroe, ¿verdad?
-Si, algo así, mi querida criatura.
-Haré esto, iré volando hasta su ventana, golpearé, y cuando me vea, seguramente, caerá rendida a mis pies.
-¡Vuela Epaminondas vuela! Enfílate hacia los brazos de tu adorada Graciela.
Y Epaminondas enfiló en dirección al balcón de su amada, y llegó rápido. No a la ventana de Graciela, por supuesto que no. Llegó rapidísimo a la acera, desde donde exclamó:
-Este padrino... ¡Es un amigo!
De los doscientos ocho huesos que tiene el cuerpo humano, a Epaminondas sólo le habían quedado sanos media docena. Evidentemente, Epaminondas Spano ya no era una persona feliz.
Sin embargo, el padrino había dicho la verdad, respecto de que la doctora Graciela Lombardi De La Riestra no se iba a separar más de Epaminondas, dado que fue la traumatóloga encargada del recauchutaje óseo de nuestro amigo.
Los amigos de Spano, no entendían absolutamente nada. En los pasillos de la clínica donde lo estaban rearmando, intentaban encontrarle al caso una explicación...
-¿Qué le habrá pasado? ¿Se habrá vuelto loco? -Se preguntaba uno.
-No creo. Yo ya se lo dije, dejá de tomar mate con moscato en ayunas -Señalaba otro.
-Ustedes saben que Spano es un tipo muy extraño. A ver si éste, no es el famoso “hombre gato” que anda robando edificios en el barrio de Belgrano -Reflexionó un tercero.
Entre tantas conjeturas que tejieron sus amigos; hubo uno que parafraseó un adagio tan viejo como cierto:
-“Ojos que no ven, con razón usan lentes”.
No se ría, no se atreva a esbozar tan siquiera una leve sonrisa. Porque usted, al igual que Epaminondas Spano, se halla expuesto a estos encuentros cercanos con ciertos tipos.

Leo Lígori
(1er. premio concurso literario del Rotary Club de once. Año 2000)

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