José Santos Guayama (1830-1879)
José de los Santos Guayama nace alrededor de 1830 en la salvaje geografía de Guanacache, provincia de San Juan. Su padre, Gregorio Guayama, se había asentado en la zona hacia 1826, ocasión en la que adquiere una finca llamada “Cruz de Jume” en el distrito Las Lagunas. Por la denominación de este lugar es que, con el correr del tiempo y la aparición del mito, José Santos Guayama recibirá el mote de gaucho lagunero.
La zona donde Guayama transcurrió su niñez y juventud era precaria y olvidada, llena de carencias. Resulta indudable, pues, que la formación de su carácter guarda sentida relación con las ínfimas condiciones del terruño natal. Pronto, este extraordinario jinete y astuto gaucho trabaría amistad con el caudillo federal Angel Vicente “Chacho” Peñaloza y, después de su terrible final en Olta, con Felipe Varela, con quien alcanzaría el grado de teniente coronel.
Luego de la batalla de Pavón en 1861, el unitarismo porteño bajo las órdenes de Bartolomé Mitre sugiere la absoluta destrucción de los focos federales del interior, y para ello encarga tan nefasta acción a oficiales tales como Sandes, Linares, Paunero, Irrazábal, el oriental Venancio Flores y otros. El fusilamiento sin juicio previo o el paso a degüello serán las instancias predilectas que usarán para “civilizar” el país.
Implacable transcurría la injusta Guerra de la Triple Alianza, la cruzada federal de Felipe Varela estaba en marcha, y José de los Santos Guayama, lugarteniente del Quijote de los Andes, ya era intensamente buscado por las autoridades de San Juan, Mendoza, La Rioja y San Luis, todas provincias bajo regímenes liberales. Y empiezan las andadas del gaucho lagunero: el 7 de agosto de 1868 lo encontramos atacando La Rioja capital, pero es rechazado, aunque en el segundo intento el día 19 del mismo mes, logra hacerse con la ciudad y el aprovisionamiento de 200 fusiles. La victoria le saldrá a su encuentro también en Chilecito, días más tarde. El gobierno mitrista queda estupefacto ante los triunfos de Santos Guayama, por lo que da inicio al exterminio definitivo, por medio de una “guerra de policía”, de las montoneras federales del noroeste argentino. La consigna para el gobierno riojano aquel 20 de noviembre de 1868 fue terminante: “Ataque y destruya la montonera de Guayama”.
Pero súbitamente corre la noticia de que Santos Guayama, Sebastián Elizondo y otros caudillos menores se sometieron voluntariamente a las autoridades de La Rioja, pero aquello no fue sino el producto de un sensacionalismo imaginario, dado que en abril de 1870 Guayama resurge en el pueblo de Caucete junto a 200 hombres, ante la sorpresa de todos. Gobernaba la provincia de San Juan José María del Carril, el cual, sin perder tiempo, ordenó perseguir tenazmente a la montonera gaucha con las fuerzas de la Guardia Nacional a las órdenes del comandante Villa. La persecución duró un día entero, hasta que la Guardia Nacional sorprendió en una hondonada a los huidizos gauchos de Guayama que se encontraban acampando allí. El ataque furtivo y sorpresivo los desbandó, haciéndoles perder prácticamente toda la caballada. Se sabe que del escollo José de los Santos Guayama pudo escapar por la Quebrada de Guayaupa, acompañado de un asistente. Quien lo secundaba en la montonera, Santos Abdón Fernández, quedó apresado en la acción e inmediatamente fue pasado por las armas.
La montonera aparece y se va
Y otra vez vuelve a reinar el más absoluto silencio en torno a Guayama. Nadie logra dar con este gran exponente del federalismo criollo tardío. El último dato obtenido era que andaba oculto con solamente cinco de sus montoneros. Las profundas desapariciones de Santos Guayama motivaron que en más de una ocasión se detuviera a personas de similar aspecto para ser luego fusilados, todo por creer que al fin se había dado con él. En este sentido, el gobernador de Mendoza, Arístides Villanueva, creyó tomarlo prisionero en la localidad sanjuanina de Santa Clara. Villanueva no solamente incurrió en una invasión jurisdiccional contra San Juan sino que, además, fusiló dos sujetos pensando que uno de ellos era Guayama y el otro alguno de sus colaboradores.
Gobernaba el país Domingo Faustino Sarmiento cuando, una vez más, aparece Guayama en Caucete, provincia de San Juan, durante los primeros meses de 1874. Algunas crónicas indican que Guayama exaltaba por algunos ranchos sanjuaninos la candidatura de Carlos Tejedor para presidente de la República a partir de 1874. Otros lo emparentaron haciendo favores en “actos comiciales bravos”, rozándose, según parece, con destacados elementos de la política cuyana.
Situados ya en 1877, y acorde al aumento de la actividad minera que operaba en Bolivia desde hacía dos años atrás, además del incremento de las salitreras de Tarapacá, que pasaron del dominio del Perú al de Chile, lograron colocar a la hacienda como un negocio más que interesante. Y como no podía ser de otro modo, ahora Santos Guayama era tildado de “cuatrero”.
El coronel de caballería don Agustín Gómez fue elegido gobernador de la provincia de San Juan a inicios de 1878. Antes había sido Intendente General de Policía e Inspector General de Milicias, cargos desde los cuales intervino en cuanta misión de responsabilidad le cupo, entre ellas la de perseguir numerosas veces a la montonera federal de Santos Guayama. No obstante ello, en lo que en principio pareció ser algo insólito, Gómez solicitó el apoyo de aquél para que le ayudara con los votos de sus numerosos amigos, ayuda que Guayama prestó sin objeciones. Pero esta apacible convivencia entre el lagunero y la gobernación sanjuanina duró muy poco. Una de las primeras medidas tomadas por el coronel Gómez fue librar una lucha sin cuartel contra lo que llamó “el gauchaje salteador”.
Confiado de que poco y nada le sucedería luego de haber colaborado en el triunfo del coronel Gómez en las elecciones para gobernador, a partir de ese mismo año de 1878 Santos Guayama bajó sus recaudos, y fue entonces que una partida de 15 soldados, a cuyo frente se encontraba el capitán Mateo Cano, lo detiene una mañana de diciembre de 1878 en San Juan capital. Enseguida es trasladado al cuartel de San Clemente donde se le labró un sumario que, misteriosamente, desapareció con el tiempo, quizás debido a ciertas declaraciones muy comprometedoras en él consignadas, para personas de hondo arraigo en la sociedad de San Juan.
Acusado de cohechar a una parte de los guardias y, por ende, de encabezar un motín jamás probado dentro del cuartel donde se hallaba detenido, José Santos Guayama y dos supuestos cómplices fueron ultimados a balazos el martes 4 de febrero de 1879. El periódico “La Unión” del 6 de febrero pone en tela de juicio el procedimiento llevado a cabo, al señalar lo que sigue: “Guayama y los dos soldados han muerto fusilados por orden del mayor de la Guardia Municipal, porque, se dice, que este cuerpo intentaba una sublevación. Si es así, nosotros negamos desde luego la facultad que se ha atribuido el mayor al mandar ejecutar a Guayama y los soldados; como se sabe, Guayama estaba sometido a la justicia ordinaria y todo hecho y tentativa por parte de aquél a libertarse, debía ser comunicado al juez que conocía en la causa, para que ordenara las medidas que el caso reclamara, para lo cual tiene facultad”. Y agregaba: “Pero nunca se puede admitir que un jefe militar arranque de un juez natural los presos confinados a
su custodia y proceder a ejecutar en él, sentencia de muerte. El mayor que ha ordenado la ejecución del martes no ha podido pasar sobre el artículo 18 de la Constitución Nacional, ni sobre el artículo 14 de la Provincial, sin cometer un acto violatorio y repugnante al Código Fundamental”.
Cinco años y dos días después de la muerte del gaucho lagunero, Sebastián Elizondo, antiguo compañero suyo de la montonera, será uno de los que venguen su trágico final al asesinar al por entonces senador y ex gobernador sanjuanino Agustín Gómez. Pero esa es otra historia...
¿Qué queda de Santos Guayama?
La historia argentina en general lo ha penosamente olvidado. Es de destacar que una pésima traducción de su legendario apellido, suscrito como “Guayamas”, da nombre a una vieja estación de trenes situada entre las localidades sanjuaninas de Pie de Palo y Vallecito. He ahí todo.
Fue su contemporáneo y gran amigo el cura José Gabriel Brochero, quien en varias oportunidades recomendó al recio gaucho lagunero a reinsertarse a la vida pública, cuando las acechanzas hacían peligrar seriamente su existencia. En un célebre documento el cura Brochero enumera los mejores cuatro amigos que tuvo en su vida, incluyendo entre ellos a Santos Guayama.
El poema “Los Gauchos de Guayama”, escrito por el poeta Miguel Martos, en un tramo recuerda así al honrado gaucho federal:
“Montonero de Guayama,
el del poncho calamaco
y la vincha colorada…
el del caballo de acero
y la montura chapeada;
el que lleva su hidalguía
en la punta de su daga
y el que tiene cien victorias
en su lanza de tacuara…
¿Adónde vas, montonero,
montonero de Guayama?”.
Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.
Portal www.revisionistas.com.ar
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